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Hoy es sábado, 20 de abril de 2024

En privado

• ¡Dónde estabas Cristo!


¿Dónde estabas Cristo, cuando por incontables ocasiones, aquellos insoportables fríos invernales me calaban tan hondo, hasta hacer castañear mis dientes, y mientras hacía temblar mi cuerpo sin encontrar refugio para calentar mis frágiles huesos, sentía que allí conmigo no estaba esa túnica tuya para cubrirme…?

 

¿Dónde estabas Cristo, cuando yo niño, sin tener nada con qué cubrir mis pies, a cada uno de mis pasos me sangraban las espinas, y por más que yo buscaba, allí no estaban tus sandalias para cubrir mis pies descalzos…?

 

¿Dónde estabas Cristo, cuando yo invadido por el terror y el miedo, sin piedad alguna el sismo sacudió la tierra y me dejo sin hogar; y  ni la piedra de tu Santo Sepulcro se apiado de mí para reconstruir mi hogar…?

 

¿Dónde estabas Cristo, cuando esas tantas y tantas veces, como una inseparable sombra, y como  maldito estigma, la extrema pobreza marcaba una indeleble cruz en mi frente,  y mientras el hambre hacía huecos en mi estómago, también el hambre de mis hermanos lo paseaba por esas polvorientas calles de mi pueblo, cargándola a mis espaldas como pesado bulto, y por más que yo buscaba algo para satisfacer mi hambre y la de mis hermanos, no encontraba esa tu Ultima Cena…?

 

¿Dónde estabas Cristo, cuando de niño, la tristeza y la melancolía eran mi inseparable compañía, obligándome a recluirme en los rincones de mi soledad, para con profunda añoranza, llorar la falta de un beso en mi frente o mi mejilla, o al menos de un abrazo fraterno, que me hiciera sentir amado y protegido, con afecto, cariño y amor. Pero allí  conmigo, por qué jamás estuvo alguno de tus Santos o Santas, para así sentirme amado…?

 

¿Dónde estabas Cristo, cuando aquel  perverso y lujurioso violador, amparado por las sombras de la noche, ahogó los gritos de mi inocente niña y rasgó sus vestiduras para llevarse de ella su más puro e invaluable espíritu virginal, y ya después, desconsolada  me habría de decir que por más que buscó y buscó la ayuda en esos momentos de peligro, no alcanzó a ver por ningún lado, al menos a uno de tus doce apóstoles…?

 

¿Dónde estabas Cristo, cuando el cruel azote de la ira de mi padre lesionaba mis nalgas y marcaba surcos en  mi espalda, y mientras yo hincado frente a “la Mesa de los Santos”, las gruesas lágrimas surcaban mis mejillas, flagelando con cada golpe no solamente el alma de mi madre que después de llorar en silencio, curaba mis heridas, con todo lo cual sentía que se constreñía aún más mi tierno corazón…?

 

¿Dónde estabas Cristo, aquella trágica vez cuando la muerte mostrando burlona sus dientes, y con guadaña en ristre, vestida de huracán, quiso bajar del cielo para con su fuerte ulular y siniestros vientos colocar un negro crespón en mi alma, al dejarme en la completa soledad, después de que despiadada e inhumana se llevó a mis hijos, a mis padres y hermanos…?

 

¿Dónde estabas Cristo, cuando yo inocente, lloraba desconsolado en aquellos apartados y obscuros rincones, mientras mi iracundo y borracho padre con el demonio en sus entrañas golpeaba a mi madre…?

 

¿Dónde estabas Cristo, cuando tal vez con incomprensible enojo, el cielo desprendió un caudal, y la lluvia se colaba como incontenibles ríos al interior de mi hogar, y por más que yo buscaba en todas partes,  el madero de tu cruz nunca estuvo presente para restablecer mi casa y así guarecerme del mal tiempo…?

 

¿Dónde estabas Cristo, cuando después del bastón y la andadera, aquel preciado e incomparable  tesoro que era mi madre, dando traspiés sufría amargamente para desplazarse, y ya después de caer en la maldita silla de ruedas, postrar su frágil cuerpo en la cama. Y sería aquella cruel enfermedad su inseparable compañía, hasta que un día, ya sin remedio, finalmente la muerte se apiadó de ella…?

 

¿Dónde estabas Cristo, cuando tantas y tantas veces, ciertamente ni los golpes ni mis heridas  sangraban, pero el dolor y el sufrimiento eran tan profundos, que provocaban una gran laceración en mi alma; y eso, Tú que eres todo Poder y Sabiduría, lo has de saber que era más que suficiente para que desde lo más profundo de mi ser, se desgarraran aquellas incontenibles lágrimas de sangre…?

 

Ahora, Señor, por todo eso te digo:

 

 ¡Dónde estabas entonces…!

 

¿Dime por favor, dónde estabas Cristo…?

 

“¡Ya no blasfemes más…!

Que allí estuve siempre a tu lado.

Allí estuve sufriendo y llorando contigo.

Y fui yo quien te dio

la fuerza suficiente para soportar todo

ese dolor y sufrimiento.

¿Y sabes por qué…?

¡Porque nunca te abandoné”!

 ¿Dónde estabas Cristo, cuando por incontables ocasiones, aquellos insoportables fríos invernales me calaban tan hondo, hasta hacer castañear mis dientes, y mientras hacía temblar mi cuerpo sin encontrar refugio para calentar mis frágiles huesos, sentía que allí conmigo no estaba esa túnica tuya para cubrirme…?

 

¿Dónde estabas Cristo, cuando yo niño, sin tener nada con qué cubrir mis pies, a cada uno de mis pasos me sangraban las espinas, y por más que yo buscaba, allí no estaban tus sandalias para cubrir mis pies descalzos…?

 

¿Dónde estabas Cristo, cuando yo invadido por el terror y el miedo, sin piedad alguna el sismo sacudió la tierra y me dejo sin hogar; y  ni la piedra de tu Santo Sepulcro se apiado de mí para reconstruir mi hogar…?

 

¿Dónde estabas Cristo, cuando esas tantas y tantas veces, como una inseparable sombra, y como  maldito estigma, la extrema pobreza marcaba una indeleble cruz en mi frente,  y mientras el hambre hacía huecos en mi estómago, también el hambre de mis hermanos lo paseaba por esas polvorientas calles de mi pueblo, cargándola a mis espaldas como pesado bulto, y por más que yo buscaba algo para satisfacer mi hambre y la de mis hermanos, no encontraba esa tu Ultima Cena…?

 

¿Dónde estabas Cristo, cuando de niño, la tristeza y la melancolía eran mi inseparable compañía, obligándome a recluirme en los rincones de mi soledad, para con profunda añoranza, llorar la falta de un beso en mi frente o mi mejilla, o al menos de un abrazo fraterno, que me hiciera sentir amado y protegido, con afecto, cariño y amor. Pero allí  conmigo, por qué jamás estuvo alguno de tus Santos o Santas, para así sentirme amado…?

 

¿Dónde estabas Cristo, cuando aquel  perverso y lujurioso violador, amparado por las sombras de la noche, ahogó los gritos de mi inocente niña y rasgó sus vestiduras para llevarse de ella su más puro e invaluable espíritu virginal, y ya después, desconsolada  me habría de decir que por más que buscó y buscó la ayuda en esos momentos de peligro, no alcanzó a ver por ningún lado, al menos a uno de tus doce apóstoles…?

 

¿Dónde estabas Cristo, cuando el cruel azote de la ira de mi padre lesionaba mis nalgas y marcaba surcos en  mi espalda, y mientras yo hincado frente a “la Mesa de los Santos”, las gruesas lágrimas surcaban mis mejillas, flagelando con cada golpe no solamente el alma de mi madre que después de llorar en silencio, curaba mis heridas, con todo lo cual sentía que se constreñía aún más mi tierno corazón…?

 

¿Dónde estabas Cristo, aquella trágica vez cuando la muerte mostrando burlona sus dientes, y con guadaña en ristre, vestida de huracán, quiso bajar del cielo para con su fuerte ulular y siniestros vientos colocar un negro crespón en mi alma, al dejarme en la completa soledad, después de que despiadada e inhumana se llevó a mis hijos, a mis padres y hermanos…?

 

¿Dónde estabas Cristo, cuando yo inocente, lloraba desconsolado en aquellos apartados y obscuros rincones, mientras mi iracundo y borracho padre con el demonio en sus entrañas golpeaba a mi madre…?

 

¿Dónde estabas Cristo, cuando tal vez con incomprensible enojo, el cielo desprendió un caudal, y la lluvia se colaba como incontenibles ríos al interior de mi hogar, y por más que yo buscaba en todas partes,  el madero de tu cruz nunca estuvo presente para restablecer mi casa y así guarecerme del mal tiempo…?

 

¿Dónde estabas Cristo, cuando después del bastón y la andadera, aquel preciado e incomparable  tesoro que era mi madre, dando traspiés sufría amargamente para desplazarse, y ya después de caer en la maldita silla de ruedas, postrar su frágil cuerpo en la cama. Y sería aquella cruel enfermedad su inseparable compañía, hasta que un día, ya sin remedio, finalmente la muerte se apiadó de ella…?

 

¿Dónde estabas Cristo, cuando tantas y tantas veces, ciertamente ni los golpes ni mis heridas  sangraban, pero el dolor y el sufrimiento eran tan profundos, que provocaban una gran laceración en mi alma; y eso, Tú que eres todo Poder y Sabiduría, lo has de saber que era más que suficiente para que desde lo más profundo de mi ser, se desgarraran aquellas incontenibles lágrimas de sangre…?

 

Ahora, Señor, por todo eso te digo:

 

 ¡Dónde estabas entonces…!

 

¿Dime por favor, dónde estabas Cristo…?

 

“¡Ya no blasfemes más…!

Que allí estuve siempre a tu lado.

Allí estuve sufriendo y llorando contigo.

Y fui yo quien te dio

la fuerza suficiente para soportar todo

ese dolor y sufrimiento.

¿Y sabes por qué…?

¡Porque nunca te abandoné”!