Lic. Andrés Manuel López Obrador
Sin tapujos, he decirle que la sociedad mexicana en general se
enteró de su preclara intención de destruir los nidos de corruptelas que
sexenio tras sexenio fueron construyendo los gobiernos incrustados en la
práctica de la ilegalidad y en el sigilo de la perversidad.
Y como parte de ese compromiso, se echó usted a cuestas la gran
responsabilidad de abatir ese terrible y nocivo cáncer como lo es la impunidad,
que mucho de parentesco tiene con la corrupción.
Lo felicito, -como seguramente lo hace todo el pueblo mexicano-
por esa sana intención. Y porque fundamentalmente, -dentro de ese compromiso
suyo-, sobresale el interés de mejorar los negativos indicadores que hasta hoy
nos hacen saber de la terrible inseguridad que vivimos.
Entonces, es de agradecerse profundamente su disposición. Porque,
-al menos en lo que a mi corresponde- he de serle reiterativo que la impunidad,
duele, lastima, hiere; y conduce a quien la padece al más cruel estado de
indefensión; y produce un doloroso sentimiento de impotencia, -a grado
tal- que en muchas ocasiones, el pueblo, se ha dispuesto a emular al
famoso rey babilónico: Hammurabi, para aplicar su lex talionis y prever, si
acaso es posible, con el “ojo por ojo y diente por diente”, tomar la justicia
por propia mano.
Y todo, -porque desgraciadamente-, por más que el pueblo voltea la
vista a todos lados, no ve otra alternativa. Aunque, -de paso-
corra el riesgo de convertirse también en un delincuente.
Justamente igual que aquellos que profesan la impunidad.
Y es que desgraciadamente, la Impunidad, -señor presidente-, ha
sido capaz de profanar las tumbas de quienes ofrendaron su vida por darnos
libertad y escribir con su sangre, nuestros sagrados principios
constitucionales. Y de paso, se ha burlado de la justicia y las leyes.
En síntesis, -señor presidente-, usted no ignora que la impunidad
disfruta de canonjías; de prebendas, y del derecho a picaporte a la
arbitrariedad, a la ilegitimidad, al abuso, al exceso; y duerme el sueño de los
justos en los archivos del olvido. Mientras su castigo, gravita mucho más allá
de lo desconocido.
También, usted lo sabe AMLO: que donde hay impunidad, hay
desconsuelo y malestar. Y También hay corrupción; hay defecación; hay
putrefacción.
Y tanta pudrición trae desencanto para los integrantes de ese
pueblo. Un pueblo como el nuestro. Y le produce hastió.
A todos.
Es por eso que -por algunos sectores-, se los desglosaré:
Los campesinos, señor presidente, –los que aún quedan,
porque los demás han muerto de inanición en su vana espera-, ya están cansados
de sembrar semillas de esperanzas.
Ya están cansados de regar con lágrimas los surcos de la
indiferencia, del desdén, de la insensibilidad; y de cargar a sus espaldas el
abuso cometido desde las altas esferas de los departamentos agrarios y recursos
hidráulicos.
Y –señor presidente- los campesinos, ya están cansados de cosechar
penas y llevar siempre su itacate repleto de hambre.
Hastiados de ver sus callosas manos y sus rostros marchitos. Y
cansados de caminar tanto –con su sombrero de palma en la mano y sus huaraches
desgastados- sedientos de justicia y sitiándose dueños solamente de la
tierra que traen entre las uñas. Porque a veces, no lo son ni de la pala o el
azadón.
Los jóvenes, -los aún rescatables, porque los demás se han pasado
a las filas de la delincuencia- ya están cansados de su ir y venir a las
bibliotecas de la desesperanza, y de quemar sus pestañas en los libros del
desprecio, la soberbia, y el importamadrismo.
Están hastiados de cargar en sus mochilas los pergaminos, diplomas
y reconocimientos; y cansados de esperar mejores oportunidades.
Hastiados de esperar el futuro prometido y de pasear de un lado a
otro el doctorado y el posgrado, con el solo derecho al subempleo; y solo para
que les den un trabajo de lo que sea, mientras los intereses políticos se
reparten el botín entre asnos e ignorantes.
Los obreros, señor presidente, -los que aún viven porque los demás
ya reposan en el olvido de las fosas comunes- están cansados. Muy
cansados de sentirse los acarreados; de ser el plato fuerte para los políticos
en aquellos domingos electorales; horrorizados de ver sus dedos
cercenados en la guillotina del potentado; y de sentir su ceguera provocada
por el acetileno del magnate.
Y que conste. No es el raquítico sueldo lo que les duele.
No.
Lo que más les duele es la indiferencia, la marginación y el
desprecio.
Las mujeres, señor presidente, –las que aún viven, porque
las demás han muerto asesinadas por un irracional sistema que no supo o no ha
sabido defenderlas- ya están cansadas de cargar sus bolsos repletos de
miedos.
Hastiadas de ser el papel vulnerable del machismo. De saberse un
objeto sexual frente a una turba de maquiavélicos degenerados que a la
luz del día o a la sombra de la noche tejen sus redes de depravación y perfidia
para enganchar a sus presas.
Y todos –señor presidente-. Todos están cansados de promesas. De
escuchar la verborrea y los ensordecedores discursos de la falacia y la
política comprometida.
Entonces, a usted le asiste la razón cuando dice y asegura de que
va a actuar con mano dura.
De no ser así, que el pueblo de México se lo demande.
Cuestión de tiempo.