· ¡Qué tiempos aquellos! … San Juan de Arriba
Cerca de San Juan de la Costa
--de donde proviene su nombre-- se encuentra el rancho de “San Juan de arriba”,
a la vera de un rico venero de agua dulce que le da vida a un verde oasis
enmontado de dátiles, junco, carrizos, sauces, chicuras y siemprevivas; hace
cincuenta años proveyó de vida ese magnánimo oasis con las variadas siembras y
cultivos de hortalizas, fríjol, maíz, habas, chícharo, mangos, guayaba, higos,
cría de ganado y chivas, plantaciones de dátiles, algodón, dando lugar a la
fabricación de diversos trabajos de talabartería como cintos, reatas, guantes,
zapatos, cueras, curtiduría de pieles, baquetillas, chaparreras, estribos, sin
faltar los canastos tejido con hoja de palma, sombreros y los cabestros tejidos
a mano con cerdas de caballo.
Hace un par de años, en medio
de una fuerte sequía, acampamos en ese lugar, muy cerca del ojo de agua y de
los espigados sauces; en la noche, cuando jugábamos malilla, mientras se asaba
lentamente un carnudo costillar, me platicaron la historia de la familia Orantes
que muchos años atrás hizo próspero el rancho con el esfuerzo y trabajo de la
familia; en ese tiempo transportaban la producción de dátiles pasados, queso,
carne seca, verduras, algodón y todo tipo de granos desde San Juan de Arriba en
lomo de bestia a San Juan de La Costa, y de ahí en canoas a remo hasta el Cajón
de Los Reyes, lugar donde llegabas el camino de carro y de allí transportarlo
en carretas hasta la casa Ruffo y a la suela Viosca que era su destino final.
En el área y sus alrededores se
encuentran otros ojos de agua (oasis) no menos productivos como el Saucito, la
Huertita y el Calaboz, que hace cincuenta años dieron vida a numerosas familias
originarias de la zona; Orantes, Ruiz, Almaraz, Moreno y Sosa, quedando
vestigios de ese pasado que forjó, desde esas áridas sierras, nuestra
centenaria comunidad de sangre; es inimaginable pensar que en esos remotos
lugares, hostiles, inhóspitos, de tierras curtidas por las sequías y montes
devastados por falta de lluvias, pudiese haber vida; ¡y la hay!; increíble como
un puñado de sudcalifornianos vencieron el desierto sin más herramientas que su
voluntad, tenacidad, esfuerzo y trabajo.
San Juan de Arriba, conocido
también como la “tinaja de Orantes”, en las estribaciones de la sierra de La
Giganta, sigue siendo un agradable lugar donde hoy solo es visitado por
“campeadores” ocasionales y uno que otro “venadero” que “parajean” en la zona;
en tiempo de secas bajan al agua borregos cimarrones, venados, “liones” (pumas)
y demás fauna silvestre, de su pasado glorioso solo quedan los recuerdos y la
nostalgia de un pasado que no volverá; estoy invitado para los próximos días
caminar la zona y andar el camino real que cruza la sierra de la Punta del
Mechudo y de San Evaristo al Coyote para juntar saya y semillas de saya y
pencas de maguey para revivir lo que hace 70 años vivió el “Pilarillo” Almaraz,
con la preparación de dulce de pencas de maguey, tortillas y café de saya.
El mismo camino real que hace
más de 100 años recorrió don Guillermo Almaraz Ortega y doña Tomasa Alvares, en
su incansable lucha por la supervivencia; en 1944, don Guillermo Almaraz dejo
su precaria forma de vida que había tenido en la sierra de Tepentú siguiendo el
mismo rol y practicando las mismas formas de caza y recolección que se
conocieron doscientos años atrás cuando se formaron los primeros ranchos
sudcalifornianos, para pescar tiburón y cultivar sal en San Evaristo, y poco
después contratarse en la salina de la Isla San José como jornalero; en los
cincuenta fue contratado por el escritor Fernando Jordán como “huertero”, con
una paga quincenal de 15 pesos: Fernando Jordán cultivaba una pequeña huerta en
San Juan de la Costa, regaba con un viejo motor Perkin que bombeaba agua de un
pozo artesanal; a decir de los hijos de don Guillermo Almaraz, se cultivaba
maíz, forraje para los puercos, camotes, calabazas, uvas, betabeles, repollos,
zanahorias, habas, chícharo, frijol azufrado, frijol de urimón (algunos le
dicen curimón), uvas, higos, etc., producción que el escritor compartía con el
General Agustín Olachea Avilés, quien lo apoyaba en sus incansables viajes de
exploración por las costas y sierras sudcalifornianas.
En ese tiempo, doña Soledad
Orantes, Celestino y Siriaco Orantes, en una canoa de don Nicolás Ruiz conocida
como la “Tecolota”, hacían la travesía desde San Juan de la Costa a La Paz en
día y medio a remo transportando algodón, mango y uvas pasadas (pasas) que
vendían por su propia cuenta sin necesidad de entregarlas en la casa Ruffo o en
la suela Viosca, como era el caso de las pieles y trabajos de talabartería;
época de fuertes sacrificios y de grandes satisfacciones que permitió que
varias familias originarias sobrevivieran de los frutos de la tierra y del mar;
hoy todos esos ranchos lucen abandonados, enredados en viejos litigios
judiciales por la propiedad de la tierra.
He recorrido la mayor parte de
los ranchos que hace cincuenta años daban de comer a numerosas familias
originarias de la que solo los recuerdos quedan; estoy por recorrerlos de nuevo
y caminar el viejo camino real por donde hacían sus travesías los misioneros
hace más de trescientos años con recuas cargadas de bastimento (básicamente
granos, sal marina y carne seca de res y pescado) para abastecer las misiones;
viejos parajes misionales donde aún se respira los “aigres” de nuestra
sedentaria forma de vida que abrió paso a los primeros ranchos
sudcalifornianos. ¡Qué tal!. Para cualquier comentario, duda o aclaración,
diríjase a abcdario_@hotmail.com