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Hoy es jueves, 25 de abril de 2024

Entre paréntesis

• Corresponsabilidad y culpa En días pasados me arrebataron una oportunidad que tenía esperando desde hacía tiempo. Seguramente la persona que se vio favorecida con la oportunidad para la cual yo había cumplido los re

Entre paréntesis

• Corresponsabilidad y culpa
En días pasados me arrebataron una oportunidad que tenía esperando desde hacía tiempo. Seguramente la persona que se vio favorecida con la oportunidad para la cual yo había cumplido los requisitos, ni siquiera se imagina de mi desplazamiento, él o ella simplemente la tomó y así suele ser, hay que aprovechar las oportunidades que se nos presentan en la vida porque nunca se sabe si van a volver. Podemos vivir muchos años con suma tranquilidad bajo esa premisa, con la clara idea de que realmente las oportunidades se presentan sólo una vez en la vida y si nos llegan, es así, hay que tomarlas. Al respecto, hace ya un par de años que he venido aprendiendo a poner en duda las cosas que durante mucho tiempo tuve por ciertas e irrefutables y hoy en día no estoy tan seguro de que las oportunidades son únicas y de que, sólo por eso, debamos tomarlas. Hay otras muchas cosas que se deben tener en cuenta al momento de la toma de decisiones, y una de esas cosas es la afectación directa o indirecta a terceras personas. Hará algunos años me enteré en un trabajo donde tuve oportunidad de estar, que uno de mis compañeros había sacado una calificación muy buena en sus exámenes de ingreso. Con el tiempo supe que a ese compañero le habían alterado sus resultados para que quedara y no supe bien si por un compromiso familiar o porque a la persona que realmente había sacado la mejor calificación, no la querían en ese trabajo. Hoy en día, aquel compañero que ganó con “ayuda”, sigue en su mismo trabajo percibiendo su sueldo y sin preocuparse, en tanto la otra persona, ha tenido que buscarle por uno y otro lado. Ambas van por la vida desconociendo esta situación que seguramente les habría cambiado la vida en muchos sentidos. Seguramente varios pensarán que “por algo pasan las cosas” aunque yo creo que nos decimos eso y nos lo repetimos una y otra vez para mantener a raya nuestros sentimientos más oscuros, para ponernos límites ante la incertidumbre de un mundo caótico y lleno de injusticias y sinsentido. Los más creyentes, le atribuirán a ese buen Dios el que las cosas sucedan de una u otra forma, creerán que si Dios permitió que algo sucediera así, es porque algo bueno se esconde debajo o detrás. Lo cierto es que el ser humano por sí solo tiene la enorme capacidad de dotar de sentido y significación a las cosas y a las vivencias, así es como va imprimiendo historicidad a su propio devenir temporal, así es como va conformando sus recuerdos y su memoria, configurando su experiencia, su temperamento, su carácter y su personalidad pues, finalmente, no somos rocas sobre las que va pasando el tiempo como ráfagas de viento que nos erosionan. Ante nosotros se despliega un horizonte de vida y oportunidades, pero no es un horizonte sólo para nosotros, en ese mismo horizonte se despliegan la vida y oportunidades de los millones de personas que día a día van tomando decisiones conforme a sus gustos, preferencias, conveniencias y necesidades y la mayoría de las veces, poco o nada tienen que ver esas decisiones con nosotros. No se puede, es imposible. Por el contrario, desde pequeños nos vemos impelidos a decidir no sólo para beneficio exclusivamente personal, sino incluso a pesar del otro. En la escuela somos evaluados con un sistema competitivo basado en números y resultados cuantificables que, indefectiblemente trae aparejado un ejercicio comparativo. El que saca mejor calificación “está por encima” del que sacó una calificación más baja, el que termina más rápido un ejercicio, es mejor que el que se demora más; y eso nos acompaña durante años, de ahí que se nos complica trabajar en equipo cuando entramos a trabajar. En nuestro centro de trabajo estamos a la espera de no cometer errores, de que no se vuelva evidente nuestra incompetencia o ignorancia, incluso hasta preferimos limitarnos a lo más básico para no regarla y ser los menos competitivos. Aquello de que, el que mucho se equivoca es porque piensa mucho, no hace mayor eco en la conciencia del hombre contemporáneo. No tenemos un bagaje de armas para hacerle frente a la frustración por los errores. Cuando me enteré de la muerte de mi padre, como consecuencia de un accidente automovilístico, hice una deducción de lo más lógica: años atrás yo había decidido estudiar la universidad en una ciudad distinta de donde vivía mi papá —lo cierto es que no quería vivir con él— y el accidente que lo llevó a la muerte fue en un viaje a La Paz, donde yo estudiaba… me culpé un tiempo por esto. ¿Seguiría vivo si yo me hubiera ido a vivir con él? ¿Cómo hubiera sido mi vida de haber tomado una decisión distinta? ¿Fui demasiado egoísta? ¿Debí considerar a más personas en mi decisión? Hoy en día es más difícil asumir la consecuencia de los actos propios, incluso para mí fue complicado reconocer que mi papá fue negligente y no le fue suficiente su pericia al volante y que la sucesión de pequeñas decisiones fue la que lo llevó a la muerte y que yo, poco tenía que ver con su muerte; sin embargo, también he tomado decisiones, cuyas consecuencias me van a alcanzar algún día y entonces no podré relegar mi responsabilidad a otras personas pues habré decidido en pleno ejercicio de mi libertad. Ojalá ese día, las consecuencias sean lo suficientemente gratas porque decidí pensando en que, además de un beneficio para mí, aquello no perjudicaba a terceras personas, fueran quienes hayan sido y a las que no necesitaba conocer. Envíe sus comentarios a sven.amador@hotmail.com sígame en http://facebook.com/sven.amador o en Twitter en @Itzcoatl5