• Memorias.
Justo frente a la entrada de
la Escuela Primaria Benito Juárez, por la calle Yucatán, había una pequeña
tienda, sin razón social, que solíamos llamar la tienda de don Guillermo.
La atendía él, don Guillermo,
un señor buena onda que comprendía y sabía llevarse muy bien con los niños, los
adolescentes y los jóvenes de entonces.
Era ahí afuerita, -en la
banqueta-, el punto de reunión de nosotros. Los adolescentes y jóvenes de la
época y de la barriada, de los sesenta-setenta.
El establecimiento, tenía al
frente dos puertas de madera con su marco del mismo material.
¿Y saben cuál era el deseo de
toda la palomilla a modo de presunción?: Alcanzar, con la punta del zapato, y
de una patada, la parte superior del marco, que medía tal vez, menos de 1.80
metros.
Lo lograban los más espigados:
Antonio Martínez “El Sapo”, Julio Sánchez Peláez, Héctor del Riego, Francisco
“El Chueco” Ojeda, y Telésforo López “El Tele”. No sé si también Víctor Manuel
Castro Cosío, que aunque era de El Esterito, también se reunía ahí, pero nunca
lo vi lanzar la patada al marco superior de la puerta.
El resto de los que
frecuentábamos el lugar: José Luis Castañeda Pelatos, Felipe Lara, “El Negro
Valencia”, Guillermo Beltrán el erudito, “El Goliat” Rodríguez, y un tipo que
apodábamos “El Cachora”, nunca lo lograron. Menos “El Goliat” y yo, que éramos
los más chaparros.
Tiempo después, Francisco “El
Chueco” Ojeda, nos comentó que quería incorporarse a la entonces temible
Policía Federal. Entonces se fue a la capital del país, y según lo logró.
Pasados algunos años, El Tele
toma la decisión de meterse de soldado y lo hace en el 14 Batallón que tenía su
sede en La Paz.
Para su mala suerte fue cuando
sucedió la revuelta estudiantil en México y se lo llevaron en un pelotón, para
aplacarlos. El caso es que hasta hoy, Telésforo López, forma parte de las
estadísticas de los muertos.
Sin embargo, un par de años
después se nos aparece aquí. No como un fantasma, sino vivito y coleando, y con
las muescas de 8 balazos en diferentes partes de su cuerpo. Uno de ellos que le
voló el ojo izquierdo, donde hoy trae colocado un ojo de vidrio.
Nos Mostró los impactos de las
balas en su cuerpo. Obvio, quedamos muy impresionados. “A mí me dieron por muerto”,
nos dijo.
Pero quienes sí nos colocaron
un negro crespón en el alma, al marcharse para siempre en esa tierna edad,
fueron: José Luis Castañeda Pelatos y Julio Sánchez Peláez.
Fue un tenebroso día que
viniendo de la playa El Coromuel, ambos a bordo de una moto perdieron la vida
en la fatídica curva.
Y creo sin lugar a dudas, que
quienes más sentimos esa pérdida, fuimos Víctor y yo, toda vez que éramos los
que con ellos teníamos una real fraterna amistad.
Yo al menos, confieso que
lloré.
Ya después de grandes, hanse
marchado también para siempre Héctor del Riego y Francisco “El Chueco” Ojeda.
De los demás, ya no volvimos a
saber nada. Simplemente se nos perdieron de la vista.
Por tanto, jamás nos volvimos
a reunir en aquel punto.
Pero, enhiesta, como testigo
fiel de nuestra hermandad de adolescentes, ahí sigue la tienda de don
Guillermo.
Claro, con sus puertas
cerradas desde hace muchos años.
Cuestión de tiempo.