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Hoy es martes, 10 de diciembre de 2024

En privado

La Plática Amena.




Ayer por la mañana, un político me invitó un café, y entablamos una charla tan amena, que las horas se nos fueron tan fugazmente, que cuando menos acordamos nos dieron las 12:15, y nos habíamos citado a las 8:30.


La plática tenía una finalidad: negociar apoyo para una candidatura. Pero tras eso, la conversación se tornó más fluida y placentera al grado que el tiempo se nos fue como agua entre las manos.


Y así fue. Él, me comenta que hoy más que nunca, la sociedad mexicana en general está más atenta que nunca en el desempeño del trabajo del presidente Andrés Manuel López Obrador.


Y me dice el por qué. Porque ningún presidente antes se había comprometido a destruir las perversas redes de corrupción que durante tantos años fueron tejiendo los gobiernos incrustados en la práctica de la ilegalidad y desde el sigilo de la perversidad.


Porque el actual, ha demostrado suficiente serenidad y gran entereza al recibir en sus manos esas herencias malditas que durante tantos sexenios obligaron a parir más pobres para que construyeran los palacetes de unos cuantos.


Porque las manos de AMLO no han temblado, y por el contrario asoma firmeza en su voz cuando, habla de abatir el cáncer de la impunidad, que mucho de parentesco tiene con la corrupción.


“Entonces –me dice-- es de agradecerse esa disposición, porque como tú lo has escrito, la impunidad duele, lastima, y conduce a quien la padece al más cruel estado de indefensión”.


Y yo le digo: “en efecto, la impunidad produce un doloroso sentimiento de impotencia a grado tal, que obliga al pueblo a tomar la justicia por su propia mano, y todo, porque desgraciadamente por más voltea su mirada a todos lados, no ve otra alternativa, aun cuando corra el riesgo de convertirse también en delincuente, igual que aquellos que profesan la impunidad”.


“Así es, --me responde-- porque esos que profesan la Impunidad, les importa madre todo, incluso son capaces de profanar las tumbas de quienes ofrendaron su vida por darnos libertad, y más aún se atreven a manchar con sangre inocente nuestros sagrados principios constitucionales. Y de paso se burlan de las leyes, y de quienes la aplican”.


En síntesis, --le digo yo-- la impunidad disfruta de canonjías, goza de prebendas, y le asiste el derecho a picaporte a la arbitrariedad, a la ilegitimidad, al abuso, al exceso; y duerme el sueño de los justos en los archivos del olvido. Mientras su castigo, gravita mucho más allá de lo desconocido.


Además, --me explica--, donde persiste la impunidad, allí está el dolor del pueblo, porque donde hay impunidad, hay también desconsuelo y malestar. Hay defecación y putrefacción. Lo mismo que corrupción. Y tanto abuso y tanta pudrición, lo sabemos todos, trae desencanto y acarrea desconfianza para los integrantes del pueblo.


Y luego de eso, ya estando en mi hogar, yo reflexiono sobre la plática.


Y pienso que derivado de todo eso, las mujeres ya no pueden salir a la calle. Y difícilmente lo pueden hacer los hombres. Y cuando el deber los obliga a ellos y a ellas, salen con la pesada carga del miedo a sus espaldas. Sintiendo muy cerca los pasos de la muerte.


Y el horror los invade al escuchar muy cerca los pasos de la muerte, y ver sus ropas ensangrentadas con la indiferencia de los sistemas insensibles que no han sabido o no han querido defenderlas.


Todo eso, mientras las otras mujeres, aquellas que apenas empiezan a despuntar sus senos virginales y salen en busca de trabajo, deben ser muy precavidas ante la morbosidad de patrones que se aprovechan de la necesidad y la pobreza. Y ya por último, las amas de casa, que allí mismo viven su infierno por la violencia que las propias leyes amparan bajo el sigilo de la impunidad.


Y qué decir de los campesinos que ya no tienen la fuerza de ayer para empujar el arado, que ya no tienen nada que sembrar y solo les quedan las semillas de ilusiones que hoy están sembrando en los surcos de la esperanza. Esas esperanzas que justamente AMLO les brinda en cada nuevo amanecer. Porque ya están cansados, cansados de regar con lágrimas los surcos de la indiferencia. Cansados del desdén y la insensibilidad.


Ya están cansados de construir silos de polvo y de sueños. Hastiados de cosechar penas y de llegar a su casa con su itacate repleto de hambre para compartirlo con su vieja y sus hijos. Y están hasta la madre de ver sus manos vacías y callosas por las marcas imborrables del azadón y sin una mazorca para desgranar. Sedientos de justicia y hartos de enjugar sus lágrimas en el silencio de su confidente y sucio pañuelo.


Y así puedo enumerar a otros sectores, como los jóvenes, que muchos de ellos tienen un pie adentro de las delincuencias organizadas porque sus pestañas se han quemado en los libros del desprecio, de la soberbia y el importamadrismo.


Jóvenes que se han cansado de pasear diplomas, reconocimientos, doctorados y posgrados, y que a pesar de eso pareciera que solo les asiste el derecho al subempleo mientras los intereses políticos bastardos se reparten el botín entre asnos e ignorantes para que ocupen el lugar que les corresponde.


O como los obreros, que se han cansado hacer vallas a la simulación, y aplaudir a la hipocresía. Cansados de saberse los acarreados, de traer sus bolsillos llenos de deudas. Y no es el raquítico sueldo lo que les duele. Sino Lo que más les duele es la indiferencia, la marginación y el desprecio.

Por eso el agradecimiento generalizado AMLO, incluso de los viejos. Esos viejos que hoy cosechan algún fruto de las parcelas sembradas y regadas con sudor y sangre.


Luego entonces, si de todo esto usted lector encuentra algún parecido a la impunidad, tómelo como mera coincidencia.


Cuestión de tiempo.