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Hoy es viernes, 26 de abril de 2024

En privado

Con el miedo en las entrañas.



Fueron esos aciagos tiempos, cuando luciendo un negro crespón en la solapa, coronada de yerbas y polvos alucinantes, vomitando fuego de pistolas y metrallas, la muerte, con guadaña en ristre, empezó a teñir mi cielo de rojo y a rondar los confines de mi tierra para sembrar, en sus virginales surcos, el sobresalto y el terror.


Y enseguida, confundida entre esos ríos de sangre que estrepitosamente bajaron por las calles de mi pueblo hasta enturbiar las nítidas aguas de su bahía, y ya una vez perdida en esa vorágine de agónicos estertores, la muerte provocó que los sembradíos, empezaran a producir tristeza, dolor, desolación, luto...


Fueron esos tiempos, cuando --sin yo esperarlo--, el miedo se incrustó hasta la médula de mis huesos, crispó mis nervios, invadió mis neuronas, y por temor a las balas asesinas de aquel fuego cruzado, el rincón de las baldosas frías de mi soledad, habría sido mi último recurso para llorar mis temores.


Esos tiempos, cuando los tétricos vientos de los cuatro puntos cardinales juntaron todos los miedos de los valles, de las montañas y de los mares, para acarrearlos hacía mí; y ya después, convertido en un monstruoso alijo, se coló por todas las rendijas de mi patria chica, para después impactar hasta el último rincón de las escuelas y los jardines de mis niños con un patético ¡pecho a tierra!


Y tuve miedo. Mucho miedo.


¡Maldito miedo que a chorros de sudor manó por todos los poros de mi cuerpo…!


Miedo maldito que como lapa maligna se untó a mi piel y se anidó en mis entrañas.


Maldito miedo que se coló a mis entrañas para hacer su nido en mis pulmones, en mi estómago y en mi cerebro. Y ya no se quiso ir, y se quedó adentro invadiendo mí ser para después subir los niveles de mi estrés, de mi nerviosismo, de mi ansiedad y mi tensión.


Y entonces tuve miedo al día y a la noche. Miedo a responder el teléfono, miedo a acudir al trabajo, miedo al policía, miedo a cumplir con el compromiso de la fiesta, miedo al amanecer, miedo a salir de mi oficina, miedo al pitido de un carro, miedo al pedigüeño que se acerca para pedirme alimento, miedo a despertar, miedo a llevar a mis hijos a la escuela, miedo a detener mi vehículo en el semáforo, miedo a dormir, miedo a ir al cajero, miedo a salir a la calle… ¡miedo a todo!.


Y el miedo resbaló por las arrugas de mi rostro y se me fue más allá al pensar en el futuro de mis hijos y mis nietos.


Tuve miedo porque esos, fueron tiempos de maldad, de crueldad y satanismo, con vientos cargados de desgracias, de calamidades, de agonías y fatalidades.


Tiempos cargados de negros nubarrones, De ensordecedoras ráfagas. De horrendos asesinatos dolosos. De inciertos homicidios; de crímenes macabros. A veces sin pies, a veces sin manos, a veces sin cabeza.


Macabros hallazgos de humanos colgados en puentes o envueltos en bolsas negras.


Tiempos sordos y ciegos. Satánicos e infernales.


De dolor y desesperación. De dudas, de vacilación, de titubeos e indecisión. De inquietud, de intranquilidad, de inseguridad y desconfianza.


Tiempos de sirenas y helicópteros. De ambulancias y patrullas trastocando mi sueño, mi tranquilidad… mi paz, mi armonía.


Fueron esos tiempos, cuando Satanás, dejó abiertas las puertas del infierno y disfrazado de Ángel, visitó la tierra para quedarse entre nosotros, como un reto abierto a Dios, en la disputa por esas almas; unas buenas, unas malas. Y aquellas otras, que hoy piden una oración desde el Purgatorio.


Tiempos malignos de balazos, de ajustes de cuentas; de recomposición, de reacomodo, de desapariciones, de Semefos, de cadáveres. De ácidos y crematorios clandestinos.


Crueles tiempos donde la vida de un hombre, de una mujer, de un deportista, de un periodista, de un sacerdote, o un delincuente, vale lo mismo que la de un niño inocente.


Tiempos del placer de matar por matar. De gozar con el dolor ajeno. De seres sin alma, sin compasión, sin entrañas, sin corazón, sin perdón.


Y el miedo duele, y cala muy hondo. Y deja cicatrices imborrables, y heridas que no sangran, pero supuran desconsuelo, pesar, angustia y duelo.


En fin… ¿Que fueron decenas… cientos… o miles los murtos? ¡No lo sé…!

¡No importa la cifra!


Que fueron semanas… meses… años. No lo sé…


¡No importa el tiempo pasado! Lo sabes tú lector.


Lo que importa hoy, es el dolor, y el negro crespón que esos tiempos han dejado en tu alma para siempre.


Lo que importa hoy, es confiar en que siempre habrá un mañana mejor.


Y para ello, mantengamos viva la creencia de que todo aquello fue solo un horrible sueño.


Luego entonces sigamos aferrados a la fe y la esperanza de que la ansiada luz, aun nos espera al otro lado del túnel.


Y hagámoslo confiando siempre en la voluntad del Gran Arquitecto del Universo.


Eso nos basta para mantener viva la esperanza.


Cuestión de tiempo.