• ¡Qué tiempos aquellos! • Se le fue el “cochi” a Ildefonso
En 1963, --justo el año que
murió--, mi bisabuelo Ildefonso García Torres solía tejer riendas para
cabestros, partir leña y ordeñar una vaca que tenían para la leche del café. A
sus 93 años a cuestas se sentía útil, lo peor que le podía pasar era sentirse
un bueno para nada; todos los años engordaban un “cochi” para cuando venían
unos parientes del norte, en julio, mes de mangos y pitahayas; lo engordaban
con lavaduras y maíz; mi bisabuela Enedina Cota, preparaba dulces de mango,
guayaba, ciruela, toronja, papaya, limón y les guardaba panocha de gajo,
panochas cubanas, miel de dedo y melcochas de la época en que molían que
siempre coincidían con semana Santa; el día que mataban el “cochi” era esperado
por mí; ese día y varios días más comía chicharrones y carnitas todos los días.
Desde muy temprano pusieron
una tina de veinte litros de agua en la lumbre, arrimaron leña maciza (palo
zorrillo, máuto, palo colorado y brasil--, prepararon una mesa rústica de
madera, un par de costales y afilaron los cuchillos; normalmente Ricardo Marrón
“Caido” era quien degollaba el “cochi” y ayudaba a pelarlo y beneficiarlo; en
esa ocasión mi bisabuelo decidió degollarlo él --seguramente recordando sus
buenos tiempos-- y aceptaron que lo hiciera. ¡Ah! con 93 años a cuestas se
pierden habilidades y destrezas, cosa que a mi bisabuelo poco le importó; razón
por la cual medio degolló el “cochi” como finalmente ocurrió.
Todavía con el lucero sin
esconderse sacaron el “cochi” del chiquero, --un “cochi” quino de más de cien
kilos--; lo ataron de las cuatro patas y lo dejaron tirado en el suelo, se
acerca mi bisabuelo con el cuchillo --un cuchillo que más bien parecía lerna--,
le busca el pulso en el pescuezo y cuando siente el palpitar del corazón le
deja ir el cuchillo; el “cochi” pego un grito despavorido y comenzó a sangrar a
borbotones, acercan una bandeja para aprovechar la sangre mientras felicitan a
mí bisabuelo por lo atinado del degüello, mi bisabuelo se fanfarronea con el
cuchillo ensangrentado en la mano; aparentemente el degüello había sido un éxito;
esperaron un rato hasta que ven que el “cochi” está muerto, y lo desamarran
para subirlo a la mesa; lo bañan con agua y jabón antes de echarle agua
caliente, ¡Ah! cuando le echan el primer vaso de agua caliente el “cochi”
reparada arriba de la mesa y salta corriendo y se mete a una huerta cerca de la
casa de mi bisabuelo, todos corren con mecates en las manos para “pillar” el
“cochi” que se esconde entre un chicural, a un lado de donde pasa la sequía del
agua; lo lanzan de nuevo para degollarlo de nuevo, ahora bajo las
experimentadas manos del matancero Ricardo Marrón; de ahí el famoso dicho en mí
tierra; “se le fue el “cochi” a Ildefonso”.
Ahora sí, muerto y tendido
sobre la mesa, se dan cuenta que el “degüello” hecho por mi bisabuelo no había
llegado al corazón por la gruesa capa de manteca; pelan el “cochi” a la vieja
usanza; le echan agua caliente y lo tapan con costales y esperan un rato para
tumbarle el pelo con el cuchillo; una vez pelado lo bañan con agua y jabón para
sacarle las lonjas (para preparar los chicharrones), sacan las piezas, y quiebran
los huesos con un hacha, todo un proceso; cortan las lonjas y las pican en
cuadritos, ponen una tina en la lumbre con manteca de puerco y los echan en la
tina, mientras Ricardo con una batea hecha de madera de chino comienza con el
ritual de moverlos constantemente para que no se “peguen” a lo largo de hora y
media o dos horas, ya que los van a bajar les “rosean” salmuera (agua con sal),
no sin antes sacarle la manteca en tres o cuatro ocasiones durante el
cocimiento.
Al día siguiente arriban los
parientes que vienen del norte, Carlos Cota Cota, hermano de mi bisabuela y su
prolífica familia; el tío Carlos, un hombre de edad avanzada, cerca de 90 años;
alto, corpulento, blanco, calvo y de buen humor, vacilador y alburero, eso sí
toman cerveza (Mexicali) todo el sagrado día (recuerdo que las abrían con
abrelatas porque en ese tiempo no venían como ahora) ; a su llegada les tenían
una olla de tamales envueltos en hojas de plátano, patagorrilla de “cochi”
(chanfaina) y chicharrones, mientras las mujeres pican y adoban la carne para
preparar chorizo en tripa; sobre la mesa del corredor --mesa rústica de
madera-- tres baldes con ciruelas rojas, amarillas y mangos recién lavados y
pitahayas; típica recepción para los visitantes.
Dos semanas de ir a las
huertas, a las pitahayas, a cortar leña y comer “cochi”; dos semanas de dolce
vita comiendo dulces hechos en casa, de convivir con los parientes y compartir
anécdotas y recuerdos que aún conservo en mi atrofiada mente como pasajes
inolvidables de tiempos que no volverán. Mi tío Carlos muere a finales de los
70’S, visitamos su familia en 1985, años después de su muerte en un tours
familiar que nos llevó hasta la estación “Hechicera” en el valle de Mexicali,
cerca de Sonoita Sonora. La casa de mis bisabuelos en Caduaño, hace muchos años
que una tía la vendió a unos gringos, le dieron una “manita de gato” respetando
su construcción original; ventanas y puertas de madera rústica, techo de palma
y un jardín lleno de árboles frutales, entre ellos dos frondosos y centenarios
ciruelos del monte; pomelos, ciruelos rojos y amarillos, mangos, aguacates,
naranjos, naranjos, limones dulces y agrios, guayabos y sidras. Cuando voy a mi
tierra, que voy poco, solo a velorios cuando me entero, me da mucha tristeza y
nostalgia recordar aquellos paisajes que conocí en mis años mozos, aquellas
huertas llenas de árboles frutales sembradas de frijol, maíz, chícharo, caña,
garbanzo, chiles verdes, cebollas, ajos, tomates, cilantro etc., que hoy no
existen; el agua proveniente del ojo de agua que irrigaba las huertas en la
mala hora, ilegal y gandallamente la usufructúa un particular para riego propio
y de una piscina con fines turísticos mientras el pueblito padece de sed; de
aquellas luchas que dimos en los años 70’s reivindicando el derecho de los que
menos tienen fueron suplantadas por las tranzas hechas por comisariados
ejidales voraces y sin escrúpulos para favorecer mafias políticas y hordas de
arribistas que hoy reinan en mi tierra natal. Qué tristeza!.
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