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Hoy es viernes, 19 de abril de 2024

Héctor Abad revalora el periodismo y la literatura

El escritor colombiano explica que ambos tienen campos en la sociedad contemporánea, lo que ha propiciado un mayor acercamiento y cruce entre ellos

Héctor Abad revalora el periodismo y la literatura

CIUDAD DE MÉXICO.

Realidad y ficción, vivencia e imaginación, periodismo y literatura. ¿Son dos ámbitos realmente separados, poseen límites definidos? El escritor colombiano Héctor Abad Faciolince (1958) revalora la importancia y el poder que tienen ambos campos en la sociedad contemporánea, lo que ha propiciado un mayor acercamiento y cruce entre ellos.

El escritor y periodista de 58 años explica, en entrevista con Excélsior, que estas disciplinas provienen de la misma rama literaria, por lo que cada vez más se nutren mutuamente.

El periodismo ha adquirido cada vez más una reputación y una calidad que lo hacen indistinguible de lo que antes se llamaba la gran literatura. La no ficción ha sabido tomar de las técnicas de la novela lo mejor para convertir las obras de no ficción en manifestaciones indistinguibles literariamente hablando”, afirma.

El autor de El olvido que seremos, sobre la vida y el asesinato de su padre, el defensor de derechos humanos Héctor Abad Gómez, piensa que “hay en la memoria y en el intento de captar la realidad un esfuerzo que no es inferior al ejercicio de la imaginación para crear una realidad”.

De hecho, en años recientes, algunos de los premios literarios más destacados han recaído en autores que unen en su obra periodismo y literatura; como el Nobel de Literatura 2015 a la bielorrusa Svetlana Aleksiévich, el Premio Cervantes 2013 a la mexicana Elena Poniatowska y el FIL de Literatura en Lenguas Romances 2017 al francés Emmanuel Carrère.

Más que una moda, es una confluencia de dos ramas literarias que, como en un delta, han confluido en un mismo sitio; son como dos ríos que se encuentran y crecen para llegar al mar del futuro”, agrega.

¿La imaginación no es suficiente para la literatura? El también editor añade tajante que sí lo es. “Y también es suficiente con la realidad, es suficiente con la memoria. No creo que a la imaginación le haga falta realidad, ni a la realidad le haga falta imaginación, ni a la mezcla de realidad e imaginación le haga falta lo uno o lo otro.

Se trata de que cada quien escribe con las herramientas y las armas que su mente le indica que es lo más adecuado. Hay escritores a quienes les interesa mucho más la fantasía, hay otros que viven cómodos en el mundo de la imaginación y unos más que viven cómodos nutriéndose de lo real o de lo que creemos que es real”, señala.

El novelista y cuentista aclara que vivimos en un mundo bastante ficticio. “La ficción de algún modo es irremediable. El intento de escribir basados en la realidad es un intento de evadir la ficción; pero es imposible, porque, de todas maneras, para comprender la realidad es necesario imaginarla, reducirla a unos contenidos mentales que ya no son reales. Esos contenidos mentales son tan irreales y tan abstractos como cualquier ficción”.

Ante la pregunta de qué le aporta la realidad a la literatura, el traductor del italiano asegura que un intento de certeza. “Nabókov decía que a la palabra realidad hay que usarla siempre entre comillas. Confiamos mucho en que ciertas instituciones son reales, que el dinero es algo real o el nombre de un gobierno o el PRI, el PAN, el Partido Comunista o Morena.

No son reales, son nombres que llenamos de un contenido imaginario y después llamamos a ese contenido imaginario nuestras convicciones. Lo real es lo que la mayoría de la gente cree que es real”, indica quien visitó Querétaro el fin de semana pasado para participar en el Hay Festival.

 

REALIDAD Y MEMORIA

La obra de Abad Faciolince es un ejemplo de que el límite entre lo literario y lo periodístico puede llegar a ser difuso. Sus críticos destacan que cultiva un “género incierto” y que “la verdad y la realidad se vuelven focos de su análisis”.

En la última novela que publicó, La Oculta (2014), que recrea la historia de una finca familiar escondida en las montañas de Antioquia, quien estudió lengua y literatura modernas en la Universidad de Turín aborda uno de los temas que más le interesan: la tierra, la pertenencia.

¿Por qué quedarse a vivir en Colombia? “Porque, como decía un colega escritor, uno es del sitio donde hizo el bachillerato. Yo lo hice en Colombia. Entonces, siempre, como las palomas mensajeras, tiendo a regresar.

Me gusta hacer grandes viajes, grandes migraciones, como las aves. Ir a otro sitio buscando mejores aires, mejores climas; pero me agrada siempre volver a poner el nido, como la cigüeña, en la misma torre de la iglesia donde nací, donde pusieron mi propio huevo”, cuenta.

El autor del poemario Testamento involuntario reconoce que, a veces, “uno vuelve y encuentra ese nido invadido, sucio o quemado por la violencia. Entonces, uno va y encuentra otras pajitas por ahí cerca y empieza a reconstruir el viejo nido.

No es muy distinto de lo que hacen las aves. Nosotros lo hacemos de una manera más sofisticada, pero parecida. Volvemos a lo que llamamos Patria, con una palabra muy pomposa, y empezamos a recoger los desastres del huracán, del terremoto, los ladrillos, los escombros, y volvemos a edificar la casa”, considera.

Quien reproduce “todos los oficios que hay alrededor del libro y la lectura” (escribe, traduce y tiene una librería y una editorial), por lo que se ha vuelto “muy sensato” para publicar, confiesa que ya no terminará “Memorias de un amante impotente”.

La historia, que empezó a escribir en una libreta que se le perdió en Berlín, pero que pudo recuperar, ya no es de su interés. “Sigue en la libretica. Es una novelita frívola que no vale la pena rescatar. Se quedará en el baúl de mis cosas inútiles. No quiero trabajarla más. Me decepciono muy fácilmente de lo que empiezo. Comienzo miles de cosas y no las termino”.

El ensayista comenta que ya terminó otra novela, Tal vez el centro. “Pero también está guardada, porque, aunque la terminé y llegué a más de 250 páginas, tampoco estoy seguro de que sirva para algo; es decir, que sea un texto que funcione literariamente, que tenga un sentido, una belleza, un ritmo, que sea una historia digna de ser publicada”.

Adelanta que la trama tiene que ver con el centro en todos sus sentidos. “El centro político, el centro de gravedad, el de las ciudades, el centro de sí mismo. Tiene que ver con buscar cuál es el centro, aunque en esta época es muy difícil. Todos estamos, me parece, bastante descentrados”, concluye irónico.

Héctor Abad Faciolince anuncia que empezó otra historia nueva. “A ver si ésta sale. No me interesa publicar un libro cada año, sino cuando realmente termino algo que me enorgullece. Soy como un pintor que hace muchos cuadros, pero que no vende todos, sino sólo uno de vez en cuando”.