¡Qué tiempos aquellos! La balanza “robadora” del Chuy Montaño
Cuando salí de
En ese tiempo tenia una Blazer 1974, en la que viajaba cada fin de
semana cargada con salvado y lavaduras; aprovechaba para pasarme el fin de
semana con dos tíos de mi papá de edad avanzada --con los que me crié-- que
vivían en Caduaño, mi tierra; a los pocos meses se cargaron las “cochis” y
creció abruptamente la cría de puercos; recuerdo que en uno de los tantos
viajes que hice a lo largo de dos años se apersonó conmigo Miguel Castro (QPD),
pariente mío y me pidió un favor; que le buscará una mujer que quisiera
“juntarse” con el para que lo asistiera: Miguel tenía más o menos 75 años, había
tenido un par de hijos en diferentes señoras pero nunca se casó, al igual que
los dos hermanos con los que vivía que también habían quedado “cotorros”: Mi
idea era “beneficiar” los “cochis” haciéndolos chorizos para venderlos
“kileados” en esta ciudad; mi señora y mi mamá se encargarían de picar la
carne, adobarla y meterla en las tripas, es decir preparar el clásico chorizo
regional.
Durante varios meses religiosamente realice estos viajes como si se
tratara de una “manda”; viajes en los que siempre me procuraba Miguel Castro,
quien desde las “trancas” del cerco de la casa de mis tíos me preguntaba;
“Víctor, que pasó con mi mandado”, a lo
que le respondía “se me olvidó, para el sábado que viene te traigo noticias”,
Miguel solo movía la cabeza como que no le gustaba mucho mi repuesta; pasaron
tres o cuatro fines de semana y se me olvidaba su “mandado”, hasta que un día
me acordé y hablé con una señora que hacía el aseo en el palacio municipal
--ubicado en ese entonces en 16 se septiembre y Belizario Domínguez-- y sin más
le plantee el “asunto”; como era compañera de trabajo y de absoluta confianza,
no le di muchos rodeos al “asunto” y le dije, traigo una propuesta para ti,
dime si te interesa, “de que se trata”, me contesto, mira, allá en Caduaño hay
un señor interesado en “juntarse” contigo, él nunca ha sido casado, tiene
un par de hijos y no quiere quedarse
solo, la señora --que me reservó su nombre-- peló los ojos y sin más me
preguntó; “tiene ganado”, sí le respondí, mucho (eran mentiras mías, Miguel
jamás había tenido ganado, toda su vida se la pasó cortando leña y vara de palo
de arco) y me respondió, pues sería cosa de platicar; --la susodicha
sobrepasaba el “cincuentón”, en sus tiernos tiempos seguramente fue una mujer
muy guapa, sus rasgos así la delataban; tenía dos hijos pero no estaba ni había
sido casada, era madre soltera--; déjame ver y te digo ya que hablé con él
(Miguel), y le volví a preguntar ¿te interesa? y me respondió con una sonrisa
con vergüenza ¡Siií!; cuando nos despedimos se me quedo viendo como con
tristeza y desde lejos me habla para decirme, Víctor, me da pena lo que te
quiero decir, qué es le pregunte, es que no se y se doblaba apenada, qué es, le
pregunte de nuevo, es que me da cosa decirte, me respondió, ¡dime! le insistí,
“es que a mí ya se me fue el “sentir”, no te preocupes, yo le voy a decir y el
lunes te traigo noticias.
En el siguiente viaje, ni bien había llegado a casa de mis tíos cuando
divise por encima del cerco de vara trabada un sobrero que apenas sobresalía
que se dirigía hacía donde yo estaba, era Miguel que venía a preguntarme por su
“mandado”, como le llevaba buenas noticias, desde lejos le grite; Miguel, ya te
traigo noticias; una buena y una mala, dime cual quieres que te de primero, me
hizo señas que no le dijera nada en la casa adelante de mis tíos que eran sus
primos y se dirigió al cerco de la escuela que colinda con la casa de mis tíos,
para que allí le dijera a solas lo de su “mandado”; mira, le dije, dos noticia;
una buena y otra mala, cuál quieres que te de primero, la mala me dijo, pues ya
te encontré una “chorreada”, el problema es que “ya no pisa”, le dije, Miguel
levanto un brazo como los boxeadores cuando noquean a su rival y exclamó con júbilo:
¡De esas son las que ando buscando!: Fue tal su alegría que no me dio tiempo
para darle la noticia buena; que la señora había aceptado “juntarse” con él.
Finalmente no se concretó la unión por diversas razones que no viene al
caso comentar, pero yo seguí con lo de los “cochis”; llegué a tener cerca de 40, de 120 kilos en pie cada
uno en promedio; los primeros dos que maté y los hicieron chorizo fueron un
exitazo; los chorizos se vendieron como pan caliente; para esto, le pedí
prestada una balanza (“robadora”) al Chuy Montaño, para pesar bolsas de un
kilo; antes de comenzar a pesar el chorizo, le moví a la balanza quitándole 100
gramos a mi favor; don Ricardo “Quito” Santa Ana, suegro del Chuy, trabajaba en
Industria y Comercio y era el encargo del departamento de pesas y medidas;
responsable de mantener niveladas las balanzas en el estado para que dieran
kilos de a kilo; don Quito Santa Ana era muy recto, honesto y responsable, y supuse
que la balanza de Chuy era exacta, justa, que daba los kilos de a kilo, pero me
equivoque, también robaba (de ahí el nombre de la “robadora”).
60 o 70 kilos de chorizo se vendían como si nada --muchos fiados para la
quincena--, ¡ah!, pero nunca falta un desconfiado (el Chuyito Rodríguez, eterno
Jefe de Archivo del Ayuntamiento de
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