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Hoy es viernes, 26 de julio de 2024

Las capillas de Santa Cecilia y el Niño de la Animita, abrigo para discapacitados y teporochos

• Decenas de personas acuden por las noches para buscar refugio y protección en esos lugares Dionicio Lara Lucero La Paz, Baja California Sur- Tras su creación desde hace algunos años, Santa Cecilia, La Plaza

Las capillas de Santa Cecilia y el Niño de la Animita, abrigo para discapacitados y teporochos

Las capillas de Santa Cecilia y el Niño de la Animita, abrigo para discapacitados y teporochos • Decenas de personas acuden por las noches para buscar refugio y protección en esos lugares Dionicio Lara Lucero La Paz, Baja California Sur- Tras su creación desde hace algunos años, Santa Cecilia, La Plaza de Los Músicos, enclavada en el Parque Revolución de esta capital, ha servido de abrigo para quienes no tienen dónde pasar la noche.

Capillas de Santa Cecilia y el Niño de la Animita

Tras ocultarse el sol, sus frías bancas de cemento instaladas en las esquinas de esas cuatro paredes, del local que se localiza por la avenida Nicolás Bravo, son ocupadas por lava carros, teporochos y hasta personas con discapacidad que buscan, bajo ese techo, un refugio que al menos los proteja de la brisa y la lluvia; no así de los helados vientos que se cuelan por los cuatro puntos cardinales. El nombre de Plaza de los Músicos Santa Cecilia, considerada la Patrona de los Músicos, (que se conmemora el 22 de noviembre), le fue impuesto a este lugar hace ya algunos años. Todo surgió luego de que las autoridades municipales estuvieron en desacuerdo en que los solitarios trovadores, tríos y mariachis anduvieran deambulando por la céntrica y turística, calle Esquerro, dado que por ese rumbo se localizaban, en su mayoría, los tradicionales bares y cantinas de la ciudad y por ende los trasnochadores parroquianos que acostumbraban ingerir bebidas embriagantes. Lo mismo sucede en la Capilla de “El Niño de la Animita”, mejor conocida como “La Animita”, que se ubica en lo que hoy se conoce como boulevard Agustín Olachea, antes Las Garzas; y mucho antes el Camino Real, donde también, otros tantos individuos pasan la noche. A decir de nuestros ancestros, la leyenda que ha sido bautizada por los propios paceños como el Niño de la Animita, data de la Revolución Francesa y se refiere a la vida de un niño llamado José Lino Manríquez, quien había nacido en el pueblo de San Antonio en 1855. Eran los tiempos de la invasión de piratas que provenían de varias partes del mundo, y explican nuestros ancestros que en ese mismo año de 1855, el filibustero Juan Napoleón Zerman tenía entonces rodeada la ciudad de La Paz, por lo que el General Manuel Márquez de León, al frente de un pelotón de la guarda montada logró tomar como prisioneros a varios piratas que venían a bordo de los buques llamados “Archibald Grace” y “Rebecca Adams”, en cuya acción fue destacada la participación de Don José Miguel Manríquez, quien era el padre del niño José Lino, y con cuya hazaña don José Miguel Manríquez logró la nominación de Jefe de la Policía Montada en el Real de San Antonio. Al paso del tiempo la tranquilidad que había reinado durante varios años en Baja California Sur, fue trastocada de nuevo por las revueltas y a mediados de 1866 el entonces gobernador Antonio Pedrín fue derrocado por el general Pedro María Navarrete, quien representaba al gobierno Francés, destacando este último por la serie de abusos cometidos en contra de la población, convirtiéndose en el más sanguinario de cuantos gobernantes, razón por la cual se levantaron grupos armados de San Antonio, Todos Santos y El Triunfo, tomando como prisioneros a varios compatriotas liberales y confinándolos a las mazmorras del cuartel militar, asegurándose que entre los detenidos estaban los capitanes Martín Erqueaga, Roberto Fisher, Ignacio Armenta y Laureano Rosas; los sargentos Loreto Talamantes, Gregorio Osuna y el propio José Miguel Manríquez, además de los soldados Muriel Lozano, Calixto Martínez y Úrsulo Fuentes, todos ellos pertenecientes a las tropas del General Manuel Márquez de León. Para noviembre de ese año, don José Miguel Manríquez fue confinado a una insalubre celda de castigo bajo la vigilancia del Cabo Crispín Sández, jefe del penal y uno de los más fieles al imperialista Navarrete. Para entonces, el pequeño José Lino, quien por órdenes de su madre le llevaba alimentos a su padre pudo ser testigo de la crueldad con que era tratado su padre, observando inclusive en una de las ocasiones cómo el Cabo Sández ordenó sacar de la celda al prisionero para que en presencia del niño fuera azotado salvajemente hasta hacerlo perder el conocimiento. Las capillas de Santa Cecilia y el Niño de la Animita, abrigo para discapacitados y teporochos

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