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Hoy es viernes, 29 de marzo de 2024

Emilio Uranga, genialidad descarnada en la prosa

Para recordar el centenario del crítico contestatario, se publica una antología con ensayos agudos que dedicó a la obra de Ramón López Velarde

Emilio Uranga, genialidad descarnada en la prosa


CIUDAD DE MÉXICO. “El escritor y crítico mexicano Emilio Uranga (1921-1988) es uno de los genios olvidados de la filosofía mexicana. Fue un genio y un demonio de las ideas que se enfrentó con grandes escritores importantes de las letras mexicanas como Juan Rulfo, Juan José Arreola, Daniel Cosío Villegas, Carlos Fuentes y Octavio Paz.

Así lo dice el ensayista Juan Manuel Cuéllar Moreno, quien recuerda a Uranga en el centenario de su nacimiento con la publicación de La exquisita dolencia. Ensayos sobre Ramón López Velarde, con los textos canónicos de Uranga sobre el poeta de Jerez.

Entre los factores de que ahora no sólo se le olvide, sino que deliberadamente se le sepulte es porque sigue siendo un personaje incómodo”, explica, debido a que Uranga decía las verdades sin filtro.

Por ejemplo, a finales de los años 50 escribió que a Arreola y a Rulfo la vida les había matado el estilo y que eran una gloria pasada y sobre Cosío Villegas aseguraba que no argumentaba, sino que destazaba pollos.

¿Cómo definiría a Uranga?, se le pregunta a Cuéllar Moreno.

Estamos ante un personaje contestatario, de estilo mordaz, bilioso, descarnadamente honesto y hasta cínico. Así se nota en sus artículos”, explica.

Por eso realizo la labor de recuperar sus textos, que están desperdigados, ya que él no se preocupó por crear una escuela, por aleccionar discípulos, ni nos dejó un archivo debidamente ordenado. Así que él también contribuyó a su leyenda negra de genio disperso”, asevera.

¿Cuál fue el primer desencuentro que tuvo Uranga? “Uno de los primeros y más estruendosos fue cuando el joven Uranga rompió con José Gaos, con el exiliado español, discípulo de José Ortega y Gasset, que estaba refugiado en México y daba clases de filosofía y de Heidegger.

Sucedió en 1947, cuando Uranga rompió con la ortodoxia heideggeriana de su maestro y comenzó a introducir el existencialismo francés de Jean-Paul Sartre

Ése fue el debut de Uranga como un personaje polémico y contestatario. Después, a finales de los años 50, escribe una serie de artículos en contra de Juan Rulfo y Juan José Arreola”, explica.

¿Cómo fue la relación de Octavio Paz con Uranga? “Fue muy compleja. Hubo un momento de mucha cercanía inicial, pero luego vino una ruptura, especialmente después de 1968.

“Pero no es como a menudo se ha dicho, que Uranga adoptó una posición de intelectual orgánico oficialista. Para nada”.

Lo cierto es que este crítico incendiario no enarboló la disidencia de Octavio Paz. “Él fue de los primeros en criticar la renuncia de Paz y extendió sobre él la sospecha de querer sacar raja a los inmolados del 2 de octubre”.

Cuéllar reconoce que con quien sí mantuvo una relación constante y casi sin fracturas fue con Ramón López Velarde, a lo largo de tres décadas, como lo muestra La exquisita dolencia, donde el autor exploró todas sus vertientes.

¿Qué observaba en López Velarde? “Encontró al poeta de las corazonadas ontológicas. Digamos que el López Velarde de Uranga no es el poeta nacional ni el cantor nostálgico de la provincia.

Tampoco es el cantor de las mujeres ni el poeta católico, sino un pensador universal de la talla de Alfonso Reyes”, abunda.

Y esa reflexión nos tendría que llamar la atención, explica.

En la visión de Uranga, más que un poeta nacional es un mendigo cósmico, porque López Velarde, que se la pasa de penuria en penuria, sabe bien que sus ayunos y sus carencias sólo son manifestación de una precariedad que afecta a todo cuanto existe.

¿También observó con cuidado la adhesión de López Velarde a Francisco I. Madero? “Uranga comenzó leyendo la poesía de López Velarde, pero después se fue a su correspondencia y al periodismo político”.

En 1976 ocurre lo inesperado: observa al poeta de carne y hueso que siente admiración por Madero.

Es ahí donde Emilio Uranga identifica el germen del presidencialismo y del culto al poder ejecutivo. Y así, con esa denuncia, revestida de admiración y afecto se despidió de López Velarde”, concluye.