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Hoy es martes, 16 de abril de 2024

En privado

El beneficio de la duda.


Quizás y pecando de ingenuidad podríamos aventurar que los esfuerzos presidenciales por combatir la corrupción están dando resultados satisfactorios. Pero por otro lado la desconfianza nos obliga a llevar a nuestra mente el beneficio de la duda al saber de tanto pútrido olor a descomposición que desde mucho antes invadió los pasillos oficialistas, lo que por consecuencia nos hace pensar que pese a esos esfuerzos y a esas declaraciones de Andrés Manuel López Obrador, ese olor a putrefacción, aun impregna varias oficinas del sector público, y eso lo sabe el presidente.

¿Por qué? Simplemente porque no creemos que todos esos miles y miles de funcionarios que hoy forman parte del gabinete presidencial piensen y actúen igual que el presidente, de tal manera que resulta fácil adivinar que alguno o varios de ellos a mitad del sexenio ya han de estar anotados en la lista negra y de lo cual seguramente muy pronto tendremos noticias.

Ahora bien, retornando al inicio del tema, el propio Andrés Manuel López Obrador sabe que en los reclusorios, ni están todos los que son, ni son todos los que están. Y aquí hago referencia a que los responsables no únicamente son: Emilio Lozoya, Alonso Ancira, Rosario Robles, Carlos Romero Deschamps y Genaro García Luna, sino que en esas depravaciones donde algunos de ellos lavaron dinero, otros desviaron recursos públicos y otros evadieron impuestos, cayendo en diversos actos de corrupción, hay y debe haber muchísimos más, a quienes seguramente les siguen temblando las canillas.

Es muy cierto que con la llegada de Santiago Nieto a la Unidad de Inteligencia Financiera (UIF) de la Secretaría de Hacienda, trajo consigo la apertura de carpetas de investigación con las que se busca cumplir con la promesa del presidente, terminar con la corrupción, lo que dista mucho de ser realidad porque una cosa es minimizar y otra cosa es terminar. Y menos se podrá terminar cuando ya han pasado varios meses desde que cayeron a la cárcel los mencionados, y hasta la fecha nadie más ha pisado la prisión, lo que nos hace pensar que solo fueron patadas de ahogado.

Claro,  y hay que reconocer que hay ciertas intenciones oficialistas que nos obliga a depositar mayor confianza en las acciones emprendidas por un presidente, a creer y tener la certeza de que  en la agenda Presidencial se torna prioridad  la búsqueda de la transparencia, el combate a la corrupción, la rendición de cuentas, y fundamentalmente creer que persiste la intención de atacar ese mal, casi congénito, que a sus espaldas y como estigma maldito llevan más de 50 millones de compatriotas, como lo es la pobreza.

Y por supuesto que aunado a lo anterior a todos los mexicanos nos da aliciente y nos concede un poco de tranquilidad pensar que ni la conspiración, ni la inmoralidad, ni el soborno, ni el cohecho, ni la complicidad, ni el encubrimiento, ni la confabulación, ni el absolutismo autoritario, despótico y dominante, ni mucho menos el abuso del poder están integrados a la administración de Andrés Manuel López Obrador. Al menos es lo que hasta ahora nos ha dado a entender, y es lo que nosotros hemos creído.

 

Claro que son acuerdos y determinaciones muy plausibles en los tiempos actuales cuando la perversidad y el pillaje se habían acostumbrado a construir indestructibles y amurallados nidos desde las administraciones públicas, mientras las leyes y la justicia se pasaban de frente haciendo honor y reverencia a la impunidad mientras el pueblo sufría las consecuencias de tanto desmán, de tanto abuso y de tanto importamadrismo.

Porque ante todo, jamás debemos olvidar que la tan cuestionada práctica de la corrupción, --esa piruja que se contoneaba por todos los ámbitos administrativos, desde abajo hasta arriba--, que de paso conlleva desde incertidumbre y angustia, hasta inseguridad y violencia, son los nocivos efectos de la impunidad, no sus causas.

Y con el perdón hacia mis inteligentes lectores aquí debo ser reiterativo al escribir que  justamente es la impunidad la que hiere, duele, lastima, y obliga a quien la sufre a sentir un amargo y vomitable sabor a coraje y a desesperanza; y de paso, a cada uno nos deja imborrables cicatrices de impotencia y una insana y turbia mezcla de sinsabores, y que finalmente coloca al pueblo contra la pared, y lo conduce a su más cruel estado de indefensión.

Por tanto, ya no es posible seguir viviendo sumidos siempre  en el desasosiego, en la inquietud, en la incertidumbre,  lesionados por el robo, por el saqueo de aquellos malditos depredadores que  muchos de ellos incrustados en el cinismo y  la desvergüenza aún se pasean por allí amparados  por la sombra del frondoso árbol de la impunidad y haciendo gala de sus fechorías como vulgares integrantes de la delincuencia.

En síntesis, es lamentable saber que la cobija de la corrupción ha sido lo suficiente extensa para alcanzar a tapar tanto desmán, tanto exceso, y darnos cuenta del desorden y atropello ocasionado por  todos aquellos que amparados en su efímero poder han incumplido los principios consagrados en nuestra carta magna y han quebrantado acuerdos pactados con el pueblo de México, infringiendo  leyes,  y quienes ya enfermos de tanto poder, han ofendido a todo un pueblo  que un día a través de las urnas confiaron el ellos.

Por tanto, no es permisible que los actos de  virtud,  de probidad, de moralidad y de honestidad a que ha convocado Andrés Manuel López Obrador a donde están llamado a responder y  poner en práctica por todos sus funcionarios, sean echados por la borda tras iniciada su administración Luego entonces a poner todos, absolutamente todos, las barbas a remojar.

Porque, que los criminales son un gran peligro para la sociedad y no deben andar por las calles cuando todos sabemos que la indeseable pasarela que conduce a los centros penitenciaros no está clausurada. Por el contrario, permanece en espera de que por ella desfile un grueso grupo de aquellos que sin escrúpulos y por muchos años abusaron de la confianza del pueblo y no solo le robaron su dinero, sino que hicieron escarnio de su dignidad y de su orgullo al prohijar desorden, exceso, y abuso.

Todo eso mientras acá permanece un pueblo, famélico, cansado, agobiado de humillaciones,  sufriendo una pandemia, sediento de justicia y  harto de mentiras.

 

Y que quede claro: no importa que mis reiterados comentarios reavivan las pequeñas llagas de aquellos que se sienten aludidos, cuando la herida del pueblo  es mucho más grande y más profunda.   Cuestión de tiempo.