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Hoy es miercoles, 24 de abril de 2024

En privado

En privado


C. Lic. Andrés Manuel López Obrador.

Presidente de México:

Con esta segunda misiva y a tres años de su administración, señor presidente, he de decirle lo siguiente: que la sociedad mexicana en general ha estado más atenta que antes en el desempeño de su trabajo. Y usted sabe por qué.

Primero, porque nadie se había comprometido, como lo hizo usted, a destruir las perversas redes de corruptelas que durante tantos años fueron tejiendo los gobiernos incrustados en la práctica de la ilegalidad y desde el sigilo de la perversidad.

Segundo, porque ha demostrado suficiente serenidad y gran entereza al recibir en sus manos esas herencias malditas que durante tantos sexenios obligaron a parir más pobres para que construyeran los palacios de unos cuantos ricos.

Tercero, porque sus manos no tiemblan y asoma firmeza en su voz cuando, como parte de esos compromisos usted se echó a cuestas la gran responsabilidad de abatir el terrible cáncer de la impunidad, que mucho de parentesco tiene con la corrupción.

Entonces, es de agradecerse su disposición, porque como ya se lo dije, la impunidad duele, lastima; y conduce a quien la padece al más cruel estado de indefensión. Por tanto, la impunidad produce un doloroso sentimiento de impotencia a grado tal, que obliga al pueblo a la toma de la justicia por propia mano. Y todo, señor presidente, porque desgraciadamente, por más que el pueblo voltea su mirada a todos lados, no ve otra alternativa.  Aun cuando corra el riesgo de convertirse también en delincuente. Igual que aquellos que profesan la impunidad.

Y es que esos que profesan la Impunidad, han sido capaces de profanar las tumbas de quienes ofrendaron su vida por darnos libertad y escribir con su sangre nuestros sagrados principios constitucionales. Y de paso se han burlado de las leyes, de la justicia y de quienes la aplican.

En síntesis, señor presidente, usted no ignora que la impunidad disfruta de canonjías; goza de prebendas, y le asiste el derecho a picaporte a la arbitrariedad, a la ilegitimidad, al abuso, al exceso; y duerme el sueño de los justos en los archivos del olvido. Mientras su castigo, gravita mucho más allá de lo desconocido.

También, usted lo sabe AMLO que donde persiste la impunidad, hay desconsuelo y malestar. Hay defecación y putrefacción. Lo mismo que corrupción. Y tanto abuso y tanta pudrición, lo sabe usted, trae desencanto y acarrea desconfianza para los integrantes de ese pueblo.

A todos. Y al igual que en la primera misiva, hoy también le desglosaré esos lastimados sectores:

Las MUJERES, señor presidente, no pueden salir a la calle. Y cuando el deber las obliga, salen con la pesada carga del miedo a sus espaldas. Sintiendo muy cerca los pasos de la muerte. Y el horror las invade al ver sus ropas ensangrentadas con la indiferencia de esos sistemas insensibles que no han sabido o no han querido defenderlas. Mientras las otras, señor presidente, aquellas que apenas empiezan a despuntar sus senos virginales y andan en busca de trabajo, deben ser precavidas ante la exigencia del derecho a la pernada. Y ya por último, las amas de casa viven allí mismo su infierno por la violencia que las propias leyes amparan bajo el sigilo de la impunidad.

Los CAMPESINOS, señor presidente, ya no tienen la fuerza de ayer para empujar el arado. Y ya no tienen nada que sembrar. Solo les quedan esas semillas de ilusiones que hoy están sembrando en los surcos de la esperanza. Esas esperanzas que usted les brinda en cada nuevo amanecer.  Porque ya están cansados, muy cansados de regar con lágrimas los surcos de la indiferencia. Cansados del desdén y la insensibilidad que emana desde las altas oficinas de los recursos hidráulicos y de la Comisión para la Regularización de la Tenencia de la Tierra, hoy flamante Instituto Nacional del Suelo Sustentable.

Así es señor presidente, ya están cansados de construir silos de polvo, de viento, de sueños. Ya están hastiados de cosechar penas y de llegar a su casa con su rostro marchito y su itacate repleto de hambre para compartirlo con su vieja, sus hijos y sus nietos. Sí señor presidente, están hasta la madre de ver sus manos vacías y callosas por las marcas imborrables del azadón y sin una mazorca para desgranar. Cansados de caminar tanto detrás del buey, con sus huaraches desgastados por esa árida tierra. Sedientos de justicia y enjugando sus lágrimas en el silencio de su confidente y sucio pañuelo.

Los JÓVENES, señor López Obrador, los aún rescatables, --porque los otros han muerto en el fuego cruzado de las indiferentes balas del crimen organizado o la falta de oportunidades los ha obligado a formarse en las filas de la delincuencia-- ya han hecho hondos surcos en su ir y venir a las bibliotecas de la desesperanza, y  sus pestañas se han  quemado de tanto fijar sus ojos en los libros del desprecio, de la soberbia y el importamadrismo de aquellos que pasean sus regordetes cuerpos en las viandas del placer, la lujuria y el despilfarro.

Cansados de pasear pergaminos, diplomas, reconocimientos, doctorados y posgrados, y con el coraje más arriba de su cabeza cuando saben que solo les asiste el derecho al subempleo mientras los intereses políticos bastardos se reparten el botín entre asnos e ignorantes para que ocupen el lugar que les corresponde.

Los OBREROS, señor presidente, --los que aún viven porque los demás ya reposan en el olvido de las fosas comunes-- están cansados. Muy cansados de hacer vallas a la simulación, y aplaudir a la hipocresía. De saberse y sentirse los acarreados; de ser el plato fuerte para los políticos en aquellos domingos electorales; y ya están horrorizados de ver sus dedos cercenados en la guillotina del potentado;  de traer los bolsillos de sus overoles llenos de deudas y de sentir su ceguera provocada por el acetileno del magnate. Y no es el raquítico sueldo lo que les duele. No. Lo que más les duele es la indiferencia, la marginación y el desprecio.

Por eso el agradecimiento generalizado. Más aun de los VIEJOS. Esos viejos que hoy por fin están cosechando algún fruto de tantas parcelas regadas con sudor y sangre. Porque los años no solo cansan, también duelen señor presidente. Porque los años se convierten en soledad, en desprecio. Y la vejez, señor presidente, pareciera que encierra todos los males.

Luego entonces, tiene mucho de parecido a la impunidad. Porque igual duele, hiere, y lastima.