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Hoy es jueves, 28 de marzo de 2024

Matar a un joven es matar la esperanza del país: Poniatowska

• La escritora consideró que uno de los dones que le dejó Tlatelolco, “claro, si se puede tenerlos, ha sido la relación con los jóvenes

Matar a un joven es matar la esperanza del país: Poniatowska

Ciudad de México

 

Los jóvenes de hoy día son iguales a los de 1968; si hubiera necesidad, saldrían a las calles, no son pazguatos ni pasivos como se quiere hacer creer; incluso, participan muchas más mujeres que entonces, considera la escritora Elena Poniatowska.

La autora de La noche de Tlatelolco fue convocada ayer por la Universidad Juárez del Estado de Durango (UJED) para conversar sobre ese libro que narra los trágicos acontecimientos ocurridos durante la represión estudiantil cometida un día como hoy hace 52 años.

En las redes sociales de esa casa de estudios, varios universitarios tuvieron oportunidad de hacer preguntas a la periodista, quien les dijo que el reto de los estudiantes en estos tiempos es, como dijo alguna vez el presidente chileno Salvador Allende: Estudiar, la sola palabra los define. Tienen que ser los mejores en su especialidad y en su carrera. Esto se oye como a maestra que se dedica a dar reglazos, pero es cierto: lo mejor para ustedes ahorita es estudiar para destacar, sobresalir, ya luego vendrán todas las libertades, porque ya estarán asentados en lo que quisieron, pueden y saben hacer.

–¿Cómo lograremos el cambio que el país necesita? –preguntó un muchacho.

–Primero tendrían que explicar qué cambio quieren en su país –respondió Poniatowska. Detalló que la liberación que anhelan los jóvenes llega a través de la experiencia personal, y ésta por medio del conocimiento, que se adquiere con la lectura, la discusión, el diálogo, el cual evita divisiones. Si hay separación, si cada quien piensa que va a resolver los propios problemas, no se llega a ningún lado. Hay que compartir, pensar en un futuro compartido.

–¿Así seremos felices? –consultó otro estudiante.

–La felicidades es como El chorrito de Cri-Cri, se hace grandota y se hace chiquita. La felicidad es a ratos y hay diversos tipos. Por ejemplo, a mí me hace feliz verlo a usted, claro, no es una felicidad que me lleve al cielo, aunque estoy más cerca del cielo que usted. La felicidad uno la produce y algunos acontecimientos. Lea El arte de amar, de Erich Fromm, le va a gustar.

La escritora consideró que uno de los dones que le dejó Tlatelolco, “claro, si se puede tenerlos, ha sido la relación con los jóvenes. Poco después del 2 de octubre se realizó el festival de Avándaro, y venían jóvenes a mi casa, a platicar conmigo de sus problemas y sus éxitos, desde las 10 de la mañana; decían: ‘consígase unas chelas’, y las mandaba traer para sentarnos en el piso y platicar.

Mi relación con los jóvenes siempre fue y ha sido de gran amistad y camaradería. Me siento muy apoyada, y eso es un privilegio; siento un agradecimiento enorme hacia los jóvenes porque, en general, barren a los ancianos fuera de su vida, y aquí existe una relación social entre una anciana y jóvenes con sus preocupaciones.

–¿Cree que el gobierno debería ofrecer una disculpa a la sociedad por lo ocurrido el 2 de octubre de 1968? –inquirió otro universitario.

–En estos momentos lo principal es Ayotzinapa, que pidamos justicia por los jóvenes desaparecidos, se han dado algunas explicaciones, pero es necesario que pidamos resarcimiento; sería un movimiento muy valioso, hacer un acto condenatorio en el Zócalo, por ejemplo.

Un libro de todos

Poniatowska dijo que La noche de Tlatelolco “es un libro de todos, que recoge las voces en especial de los muchachos que fueron encarcelados entonces y que por desgracia algunos ya han muerto, como Raúl Álvarez Garín, Roberta Avendaño Martínez La Tita o Luis González de Alba, que me atacó toda su vida, pero estaba en su derecho. Como periodista sé lo que significan los ataques y los valoro, significa que te leen y te toman en cuenta.

“No estuve la tarde del 2 de octubre en Tlatelolco. Tenía un hijo recién nacido y lo estaba amamantando. Me habló gente muy querida, como María Alicia Martínez Medrano, también ya fallecida, y me dijeron: ‘Tienes que venir de inmediato’, eran las 6 de la mañana.

“Tlatelolco era una escena de guerra. Había tanques del Ejército, soldados, toda la plaza llena de vidrios de los departamentos de los edificios de alrededor y de los locales, de las cafeterías, las tintorerías. Lo que más me impactó fue que en la zona arqueológica había gran cantidad de zapatos, incluso de tacón. Pertenecían a los que salieron huyendo cuando se iniciaron los disparos desde lo alto de los edificios, disparos sobre una multitud inerme, encajonada.

“Durante el gobierno de Díaz Ordaz no se podía mencionar el tema. A Echeverría, durante su campaña, los jóvenes le preguntaban: ‘¿qué pasó en Tlatelolco?’ Se lo cuestionaron tanto que hasta tomó el tema como parte de su campaña, pues primero había declarado que los estudiantes nada tenían que hacer en la calle, que su lugar estaba en las aulas.

“Pero ese discurso causó rechazo y lo cambió, él se hizo más accesible. Díaz Ordaz nunca fue así. Recuerdo que cuando lo nombraron embajador de México en España fuimos a manifestarnos frente a la embajada de ese país y gritábamos: ‘¡Al pueblo de España, no le manden esa araña!’

“Cuando le preguntaban por Tlatelolco a Díaz Ordaz, se inflamaba de coraje y decía: ‘Yo salvé a México’, ¿pero cómo se puede salvar al país tirándole desde arriba a un grupo absolutamente inerme, en una plaza donde había una sola salida? Todas las heridas que recibieron los jóvenes fueron en el cuello, espalda y glúteos... les dispararon mientras corrían”, narró Poniatowska con los ojos humedecidos; luego se disculpó: Perdón, me duele mucho contarlo. Matar a un joven es matar la esperanza del país, y el 2 de octubre de 1968 en Tlatelolco mataron a muchos.