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Hoy es jueves, 28 de marzo de 2024

En privado

Dionicio Lara



Dionicio Lara


Es ahora, justo en esta soledad de mi refugio, cuando he llegado a pensar que esos negros nubarrones que hoy recorren  el mundo, --tal como si fueran vientos cargados de presagios, de  miedos, y de muerte--,  han dejado caer, --como lluvia torrencial--,  este nuevo mal sobre la tierra. 


Y es que, --ciertamente--, todo en su conjunto ha traído consigo mucha soledad, un gran desánimo,  y un montón de tristeza. Y mis calles,  (antes bulliciosas)  donde hoy solo se respira soledad, están llenas de nostalgia;  y mi malecón (antes musical) y que hoy solo registra silencio,  está lleno melancolía.


Y ese cruel zumbido del viento, que se mete por las rendijas del silencio de mi pueblo,  taladra y daña mis oídos con sus funestas premoniciones de contagios, de peste, de coronavirus… de muerte. Horribles vaticinios de pánico y espanto. Pero también de temor y cobardía.


Y esto último, la cobardía,  es lo más preocupante. Porque sé  que --ahorita--, justo en medio de medio de la tempestad, en muchos países, hay Estadistas o Gobernantes frágiles, débiles,  que están a punto de la abdicación.


Porque, cómo pensar en renunciar cuando debiera ser todo lo contrario. Pues en momentos cruciales, --como los actuales-- es cuando  su pueblo necesita —más que nunca-- de alguien que los guíe.


Es en estos momentos difíciles cuando sus representados necesitan de alguien que les de consuelo, que les transmita fortaleza, y les conceda esperanzas. De ese alguien que debiera tener sus ojos puestos mucho más allá del horizonte.


Vamos, así  como lo hace el capitán de un barco a punto de naufragar en medio de la tormenta. Así los guías, deben estar allí al lado de su pueblo, y –de ser necesario—morir con ellos.


Sin embargo, para consuelo de aquellos Estatistas o Gobernantes que ya no aguantan la presión, deben analizar que las grandes epidemias no son nuevas. Pues a lo largo de la historia ha habido luchas muy importantes. Entre  las recientes están La polio, La malaria o paludismo  y El sida. 


Pero han destacado muchas otras: La peste de Atenas. Que fue la plaga más devastadora del mundo griego y documentada con detalle por el historiador Tucídides. Aquella peste –en la antigüedad todas las plagas se llamaban pestes– llegó desde Etiopía y según investigaciones actuales, pudo tratarse de fiebres tifoideas. Una de sus primeras víctimas fue el gran Pericles y en total pudo afectar a unas 50.000 personas, aunque algunos historiadores hablan de 300.000.


La Peste Antonina. Roma también tuvo su gran plaga en el siglo II, en tiempos de Marco Aurelio, que fue además una de sus insignes víctimas. La peste antonina – llamada así por el propio emperador, que pertenecía a la familia de los antoninos – fue devastadora en la capital, Roma, y se extendió por toda Italia. Entre otros síntomas, la peste causaba ardor en los ojos y en la boca, sed y abrasamiento interior, fetidez en el aliento, piel enrojecida, tos violenta, gangrenas, delirios y muerte a los nueve días.  


La Peste justiniana. El emperador Justiniano también padeció una terrible plaga que pudo originarse en Egipto, según la describe Procopio y que comenzaba por una fiebre súbita, seguida de hinchazones en las axilas, los muslos y detrás de las orejas. La peste justiniana, fue terriblemente letal, mató a más de 600.000 personas, a razón de unas 10.000 al día.  


La Peste bubónica o peste negra. La gran epidemia de la Edad Media que asoló todo el continente europeo desde mediados del siglo XIV. La letalidad de la peste fue terrible, en algunas zonas alcanzó a los dos tercios de la población y generó una gran despoblación que afectó principalmente al campo, que quedó vacío mientras las ciudades empezaban a llenarse.


La viruela. Introducida por los conquistadores españoles en América,  funcionó en el nuevo continente como una auténtica plaga y fue un aliado esencial de Hernán Cortés en la caída de Tenochtitlán. Se cree que tras la conquista, la viruela pudo esquilmar hasta a un tercio de la población indígena de América. En 1796, se encontraría una vacuna para la viruela.


El cólera. Esta epidemia de origen asiático llegó a Europa en 1830 y causó 30.000 muertes en Londres en menos de dos décadas, hasta que el doctor John Snow descubrió que todas ellas tenían en común el agua del pozo de Broad Street. La llegada del cólera a España fue aún más devastador y los dos primeros brotes en 1843 y 1854 causaron más de 300.000 muertos. A partir del siglo XX esta enfermedad se trasladó a Asia y África, donde continúa en activo.


El escorbuto. Esta enfermedad era endémica en los viajes transoceánicos y también en los países del Norte durante la Edad Media, de donde viene su nombre. El escorbuto acompañó a los marineros españoles y portugueses durante años, sufriéndola en sus viajes marinos tan ilustres como Vasco de Gama y Magallanes. Hasta mediados del siglo XVIII no se relacionó con la falta de vitamina C provocada por la carencia de frutas y verduras frescas en la dieta.


La Fiebre amarilla. Si los españoles llevaron a América la viruela, sucumbieron allí con frecuencia de fiebre amarilla. Con frecuencia se producían brotes en los meses de verano, desaparecía durante las estaciones frescas y reaparecía con toda su fuerza al verano siguiente, aunque los que ya habían sido contagiados eran mucho más resistentes a cogerla de nuevo. La enfermedad se extendió hasta el siglo XIX.


La sífilis, una enfermedad exclusiva del hombre que llegó a Europa procedente de América. Se propagó por Europa tras el sitio de Nápoles en 1495. Fue contagiada por los españoles a las prostitutas italianas y tras ello, se propagó por toda Europa como un estigma que se contagiaba con los placeres carnales. A comienzos del siglo XX, el 15% de la población europea la padecía, entre ellos Beethoven, Oscar Wilde, Colón, Baudelaire, Van Gogh, Nietzsche, James Joyce o Hitler.    


Entonces, los Gobernantes a los que hago alusión, deben analizar que antes no había  avance tecnológico y lograron salir adelante, con más razón ahora. Por tanto, la opción no es claudicar.

Por tanto, conscientes de los peligros, deben buscar navegar a puerto seguro, o serán simples veletas impelidas por cualquier viento para mantener una insegura posición. 


Cuestión de tiempo.