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Hoy es viernes, 19 de abril de 2024

ABCdario

· ¡Qué tiempos aquellos!... Sierra de Guadalupe



 

Hace siete años, a invitación de mi amigo Leovigildo Villavicencio, visite la sierra de Guadalupe, en Mulegé; años atrás, en una gira con el entonces gobernador Víctor Liceaga, tuve la fortuna de conocer esa extraordinaria zona durante la inauguración del camino vecinal que conecta distintas rancherías enclavadas en plena sierra con la carretera Transpeninsular.

 

Si me lo permiten haré un paréntesis de esa gira ocurrida en 1991: Volamos de La Paz a la pista de Palo verde, cercana a Santa Rosalía, y de ahí en carros recorrer el nuevo camino que sería inaugurado; durante el trayecto que duró poco más de dos horas avistamos, en plena sierra, sobre los recovecos de los monumentales cantiles, enormes panales de vitaches que nunca había visto (incluso llegue a pensar que eran jicotes); ahí en Guadalupe, donde existen ruinas y vestigios de una antigua misión, en el rancho de Salermo --eterno sub delegado municipal en la zona-- estaba programado el evento de inauguración y una “comilonga” al estilo de Liceaga; se realizo el evento con floridos discursos dedicados a nuestra “comunidad de sangre” ¡y a comer!.

 

Recuerdo un largo tendido de varias parrillas asando carne y costillas, y sobre la mesa principal y la de los invitados; “asaderas” (cuajadas de queso muy sabrosas), botes de chilpitines, mantequilla regional, dulces de toronja y guayaba de San José de Magdalena, vino artesanal, coyotas con panocha, mango y guayabate y miel de abeja en el panal, durante el vuelo habíamos degustado un ligero refrigerio; fruta con queso cotagge, así que llegamos rabiando de hambre a Guadalupe: El profesor Jesús Murillo era alcalde de Mulegé y aunque no tenía muy buenas relaciones con él por señalamientos que le hacía en mis columnas, se me acercó --al fin político-- y me pidió que me arrimara al asadero, me tomó del brazo y agarró una costilla de la parrilla que le asaban a conciencias y me la dio, “pruébala” me dijo en tono muy amable, gracias profesor le respondí, y agarré la costilla blandita y jugosa; de hecho nadie había comido, así que me fui a la orilla del cerco de la casa a comérmela cuando se me acercó Liceaga y me dice, “tocayo, no comas, hazte loco, cuando vea que me sirven te acercas, hay venado, ¿Quihúbole?, a partir de ese ese momento ya no se le despegue al gobernador.

 

En la mesa de los invitados estaban más y mejor entrándole a las costillas asadas Julio César Saucedo, Ramón Ortega Rogelio “Rojitas” Félix, Adán García, Chema Tapia, Jesús Chávez y Fermín Pérez Morato, entre otros, del llamado “pool” de prensa del gobernador (burbuja); Saucedo me hace señas para que me siente y abre un campo a un lado de él y me llama; vente, están riquísimas estas chingaderas, ahorita le entro profe, le conteste y seguí haciéndome loco como me lo había recomendado Liceaga; acaba de sentarme a un lado de Saucedo cuando me hizo señas Liceaga desde la mesa principal y hay voy; el mismo gobernador abrió un espacio entre Salerno y Jesús Murillo para que me sentará, mientras los meseros servían en rústicas tablas de madera, costillas y carne asada de un color más intenso; eran de venado; fue un verdadero manjar, en la mesa principal, las mejores “arracheras”, el mejor vino artesanal, los mejores dulces, la mejor miel de abeja y los mejores dátiles, sin faltar, al rancio estilo liceaguistas, un pequeño barril de tequila, anejado y embazado exclusivamente para el gobernador.

 

Años más tarde regrese a la sierra de Guadalupe con mi amigo Leovigildo Villavicencio; tres días en la sierra de Guadalupe conviviendo con la familia de Leovigildo; familia originaria de la sierra, descendientes de los primeros pobladores de tez blanca, ojos claros, azules y verdes, excelentes anfitriones y buenos amigos; camine explorando el monte; moras y una serie de enredaderas que jamás había visto en mi tierra, e incluso allí conocí el árbol de texcalama, muy parecido por cierto, al “uña de gato”.

 

Recuerdo que en esa ocasión haber comido, por vez primera en mi vida, requesón con granadas y ensalada de flor de biznaga y datilillo, amén de unas riquísimas “arracheras” preparadas por la mamá de Leovigildo, sin faltar claro está, tortillas de harina amasadas con nata de leche y requesón y el famoso “zorrillo” hecho a base de leche “cortada”.

 

Tres días en la sierra fue insuficiente para disfrutar sus paisajes y conocer la riqueza que resguarda en sus entrañas; enormes vetas de piedra laja, de piedra  caliche (cal) y maderas de distintos palos de diversas texturas y consistencias; entre los cañones, numerosas rancherías --muchas abandonadas-- ubicadas en pequeños oasis de aguas claras y frescas, donde siembran ajo que exportan a Francia, según me dijeron; un ajo de excelente tamaño y color, consistencia y sabor, libre de fertilizantes, totalmente orgánico; dátiles, guayabas, limones reales, limas chichonas, granadas, mangos, higueras, olivos, uvas, zapotes, cañas para molienda, limones así como pequeñas “lenguetas” de tierra donde cultivan para el autoconsumo chiles verdes, tomates, cebollas, repollos, betabeles, zanahorias, lechugas, acelgas, frijol, azufrado y bayo, habas, frijol de urimón y chícharo entre otros.

 

Las  imágenes de esta zona me quedaron impregnadas para siempre; después me tocó ver los mismos paisajes y escenarios de espléndidos oasis en los “comondús” (San Miguel y San José), La Purísima, San Isidro, San José de Gracia, San Javier, Las Parras y al norte de La Paz, La Purificación, Primera Agua, La Soledad, El Toris, San Pedro de La Presa, El Carrizalito, Agua de Barro, El paso de Iritú, Las Ánimas y muchas rancherías más que conservan auténticamente lo nuestro; costumbres y modos de vida, exhibiendo la descarnada lucha que dan para sobrevivir en esas áridas y agrestes tierras de las que obtienen sus preciados frutos; sudcalifornianos genuinos que se resisten abonar sus orígenes, sus costumbres y formas de vida en aras de una modernidad (globalización) que les niega oportunidades y un mejor mañana. ¡Qué tal!.

 

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