· ¡Qué tiempos aquellos!... Sierra de Guadalupe
Hace siete años, a invitación
de mi amigo Leovigildo Villavicencio, visite la sierra de Guadalupe, en Mulegé;
años atrás, en una gira con el entonces gobernador Víctor Liceaga, tuve la
fortuna de conocer esa extraordinaria zona durante la inauguración del camino
vecinal que conecta distintas rancherías enclavadas en plena sierra con la
carretera Transpeninsular.
Si me lo permiten haré un
paréntesis de esa gira ocurrida en 1991: Volamos de La Paz a la pista de Palo
verde, cercana a Santa Rosalía, y de ahí en carros recorrer el nuevo camino que
sería inaugurado; durante el trayecto que duró poco más de dos horas avistamos,
en plena sierra, sobre los recovecos de los monumentales cantiles, enormes
panales de vitaches que nunca había visto (incluso llegue a pensar que eran
jicotes); ahí en Guadalupe, donde existen ruinas y vestigios de una antigua
misión, en el rancho de Salermo --eterno sub delegado municipal en la zona--
estaba programado el evento de inauguración y una “comilonga” al estilo de
Liceaga; se realizo el evento con floridos discursos dedicados a nuestra “comunidad
de sangre” ¡y a comer!.
Recuerdo un largo tendido de
varias parrillas asando carne y costillas, y sobre la mesa principal y la de
los invitados; “asaderas” (cuajadas de queso muy sabrosas), botes de
chilpitines, mantequilla regional, dulces de toronja y guayaba de San José de
Magdalena, vino artesanal, coyotas con panocha, mango y guayabate y miel de
abeja en el panal, durante el vuelo habíamos degustado un ligero refrigerio;
fruta con queso cotagge, así que llegamos rabiando de hambre a Guadalupe: El
profesor Jesús Murillo era alcalde de Mulegé y aunque no tenía muy buenas
relaciones con él por señalamientos que le hacía en mis columnas, se me acercó
--al fin político-- y me pidió que me arrimara al asadero, me tomó del brazo y
agarró una costilla de la parrilla que le asaban a conciencias y me la dio,
“pruébala” me dijo en tono muy amable, gracias profesor le respondí, y agarré
la costilla blandita y jugosa; de hecho nadie había comido, así que me fui a la
orilla del cerco de la casa a comérmela cuando se me acercó Liceaga y me dice,
“tocayo, no comas, hazte loco, cuando vea que me sirven te acercas, hay venado,
¿Quihúbole?, a partir de ese ese momento ya no se le despegue al gobernador.
En la mesa de los invitados
estaban más y mejor entrándole a las costillas asadas Julio César Saucedo,
Ramón Ortega Rogelio “Rojitas” Félix, Adán García, Chema Tapia, Jesús Chávez y
Fermín Pérez Morato, entre otros, del llamado “pool” de prensa del gobernador
(burbuja); Saucedo me hace señas para que me siente y abre un campo a un lado
de él y me llama; vente, están riquísimas estas chingaderas, ahorita le entro
profe, le conteste y seguí haciéndome loco como me lo había recomendado
Liceaga; acaba de sentarme a un lado de Saucedo cuando me hizo señas Liceaga
desde la mesa principal y hay voy; el mismo gobernador abrió un espacio entre
Salerno y Jesús Murillo para que me sentará, mientras los meseros servían en rústicas
tablas de madera, costillas y carne asada de un color más intenso; eran de
venado; fue un verdadero manjar, en la mesa principal, las mejores
“arracheras”, el mejor vino artesanal, los mejores dulces, la mejor miel de
abeja y los mejores dátiles, sin faltar, al rancio estilo liceaguistas, un
pequeño barril de tequila, anejado y embazado exclusivamente para el
gobernador.
Años más tarde regrese a la
sierra de Guadalupe con mi amigo Leovigildo Villavicencio; tres días en la
sierra de Guadalupe conviviendo con la familia de Leovigildo; familia
originaria de la sierra, descendientes de los primeros pobladores de tez
blanca, ojos claros, azules y verdes, excelentes anfitriones y buenos amigos;
camine explorando el monte; moras y una serie de enredaderas que jamás había
visto en mi tierra, e incluso allí conocí el árbol de texcalama, muy parecido
por cierto, al “uña de gato”.
Recuerdo que en esa ocasión
haber comido, por vez primera en mi vida, requesón con granadas y ensalada de
flor de biznaga y datilillo, amén de unas riquísimas “arracheras” preparadas
por la mamá de Leovigildo, sin faltar claro está, tortillas de harina amasadas
con nata de leche y requesón y el famoso “zorrillo” hecho a base de leche “cortada”.
Tres días en la sierra fue
insuficiente para disfrutar sus paisajes y conocer la riqueza que resguarda en
sus entrañas; enormes vetas de piedra laja, de piedra caliche (cal) y maderas de distintos palos de
diversas texturas y consistencias; entre los cañones, numerosas rancherías
--muchas abandonadas-- ubicadas en pequeños oasis de aguas claras y frescas,
donde siembran ajo que exportan a Francia, según me dijeron; un ajo de
excelente tamaño y color, consistencia y sabor, libre de fertilizantes,
totalmente orgánico; dátiles, guayabas, limones reales, limas chichonas,
granadas, mangos, higueras, olivos, uvas, zapotes, cañas para molienda, limones
así como pequeñas “lenguetas” de tierra donde cultivan para el autoconsumo
chiles verdes, tomates, cebollas, repollos, betabeles, zanahorias, lechugas,
acelgas, frijol, azufrado y bayo, habas, frijol de urimón y chícharo entre
otros.
Las imágenes de esta zona me quedaron impregnadas
para siempre; después me tocó ver los mismos paisajes y escenarios de
espléndidos oasis en los “comondús” (San Miguel y San José), La Purísima, San
Isidro, San José de Gracia, San Javier, Las Parras y al norte de La Paz, La
Purificación, Primera Agua, La Soledad, El Toris, San Pedro de La Presa, El
Carrizalito, Agua de Barro, El paso de Iritú, Las Ánimas y muchas rancherías
más que conservan auténticamente lo nuestro; costumbres y modos de vida,
exhibiendo la descarnada lucha que dan para sobrevivir en esas áridas y
agrestes tierras de las que obtienen sus preciados frutos; sudcalifornianos
genuinos que se resisten abonar sus orígenes, sus costumbres y formas de vida
en aras de una modernidad (globalización) que les niega oportunidades y un
mejor mañana. ¡Qué tal!.
Para cualquier comentario,
duda o aclaración, diríjase a abcdario_@hotmail.com