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Hoy es lunes, 29 de abril de 2024

Graham Greene, creación sin escrúpulos

CIUDAD DE MÉXICO. A fines de febrero de 1938, el escritor británico Graham Greene llegó a México con el encargo de escribir un reportaje en torno a la situación religiosa que, por lo menos en Tabasco y Chiapas, aún pi

Graham Greene, creación sin escrúpulos

CIUDAD DE MÉXICO.

A fines de febrero de 1938, el escritor británico Graham Greene llegó a México con el encargo de escribir un reportaje en torno a la situación religiosa que, por lo menos en Tabasco y Chiapas, aún pisaba regueros de pólvora entre los restos carbonizados de la Cristiada, y que cuando se publicó con el título de Caminos sin ley (1939), resultó ser “uno de los libros más malhumorados que se han escrito acerca de México”, opina Drewey Wayne Gunn en el estudio Escritores norteamericanos y británicos en México, y agrega: “Greene describió en detalle su repugnancia hacia el país, su gobierno y su pueblo, excluyendo a los sacerdotes y los aviadores”. Sin embargo, el cineasta brasileño Alberto Cavalcanti afirmó en su autobiografía, según un artículo que firmó el periodista Andrew Johnson para The Independent, que en realidad Greene huía de un proceso judicial por difamación que pendía sobre su cuello, a consecuencia de una crítica de cine en la que cuestionaba “el uso ambiguo” que se hacía de la coquetería de la actriz Shirley Temple, quien entonces sólo tenía ocho años, en la película Wee Willie Winkie.

Autor de la novela El poder y la gloria (1940), obra proverbial que también encontró su fuelle narrativo en aquel viaje por el “infierno mexicano” que concluyó en abril de 1938, al inicio de la crónica que llegó a definir como “una impresión personal de una pequeña parte de México”, Greene escribió: “los románticos creen que al otro lado de la frontera las mujeres serán más bellas y complacientes que en casa; el desgraciado imagina, al menos, un infierno diferente; el viajero suicida espera la muerte que nunca encuentra. La atmósfera de la frontera es como empezar de nuevo...”
Mirada de cámara Criado bajo el techo de una familia protestante de ideas liberales, Greene había nacido el 2 de octubre de 1904 en Hertfordshire. Estudió historia moderna en Oxford, y laboró como periodista en The Times. En 1923 perteneció durante un mes al Partido Comunista Inglés, y tres años más tarde, convencido de “la probable existencia” de algo que se llamaba Dios, se convirtió al catolicismo, antes de contraer matrimonio con Vivien Dayrell-Browning. Su primera novela, El otro hombre (1929), le atrajo una atención considerable de crítica y público, pero fue hasta la publicación de El tren de Estambul (1933) que acaparó fama mundial. “Viajero cerril, dotado de un sensacional instinto de actualidad y una mirada de cámara”, señala el escritor español Justo Navarro en el ensayo El gran Greene, su escritura deambuló en Viajes sin mapas (1936), El americano impasible (1955), El cónsul honorario (1973) y Nuestro hombre en La Habana (1958), muestra de que “usó el viaje como mesa de trabajo”. Además, al entender “la literatura como una rama de la industria del entretenimiento ”, fabricó novelas estupendas comoBrighton, parque de atracciones (1938), El agente confidencial (1939), El revés de la trama (1948), El tercer hombre (1950), una obra “aparentemente menor” y la prueba de que Green es insuperable “en lo más difícil de la literatura: el arte de contar bien una historia, con economía verbal y velocidad narrativa”; El fin de la aventura (1951), elogiada por Faulkner; y El factor humano (1978), todas con versiones cinematográficas. La orilla peligrosa Practicante consumado del juego suicida de la ruleta rusa, Greene se instaló en Antibes, en la Costa Azul, en 1966, y escribió el reportaje Yo acuso (1982) para denunciar las entrañas criminales de Niza. En 1969 recibió el Premio Shakespeare de la Universidad de Hamburgo, y en esa oportunidad de “hablar ante la autoridad contra la autoridad”, subraya Navarro al repasar La vida de Graham Greene, escrita por Norman Sherry, alegó a favor de la necesidad de la deslealtad: “¿No es tarea del narrador actuar como abogado del diablo para provocar simpatía y comprensión hacia aquellos a quienes no alcanza la aprobación del Estado? La vocación del escritor lo lleva a ser protestante en una sociedad católica y católico en una protestante”. En los años siguientes publicó, entre otras, Monseñor Quijote(1982), El décimo hombre (1985) y el volumen de cuentos La última palabra (1991), y murió en Suiza el 3 de abril de 1991, a consecuencia de un cáncer en la sangre. EnUna especie de vida (1971), el primer tomo de una autobiografía que se completa con Vías de escape (1981), había propuesto unos versos de Robert Browning como epígrafe para encabezar su obra: “Nuestro interés está en la orilla peligrosa de las cosas/el ladrón honesto, el asesino afectuoso/el ateo supersticioso”; y en otras páginas del mismo libro declaró: “Todo novelista tiene algo en común con un espía: vigila, escucha, busca motivaciones, analiza a los individuos, y en su afán por servir a la literatura carece de escrúpulos”, sentencia que reafirma en la entrevista con la periodista Marie-Françoise Allain y que se titula El otro y su doble(1981): “El escritor es un ser sin escrúpulos, y eso cansa”.